
A fines de 2015, cuando los gestores y expertos del marketing se regocijaban en los burbujeantes brindis de la victoria de la nueva política y Durán Barba era el filósofo más agudo del siglo veintiuno, el politólogo de Olavarría y twittero del mundo, Andrés Malamud comenzó una cruzada en nombre de la vieja política. Quizás la última vez que la UCR sacó el pecho. En un famoso artículo que hoy ya no se encuentra sostenía, y generó un consenso inmediato, que todo muy bien con la nueva política pero que el PRO solo pudo ganar gracias a que la UCR prestó el esqueleto político para sostener una elección a nivel nacional. Sin la estructura, no habría victoria. Los partidos importan. Un suspiro de alivio se escuchó entre todos los hombres de traje. Entre todos los expertos políticos de la política cuyo capital venía de denunciar a los expertos "técnicos" de la política que serían, obviamente, antipolíticos. Un suspiro de alivio entró, también por eso, dentro del Frente para la Victoria. Se había perdido, pero las armas habían sido las correctas. La política era lo que ellos decían.
Esa afirmación se pagó al costo de llamar durante cuatro años "antipolítico" al gobierno de Mauricio Macri. Que, si la política es la capacidad de influir en la dirección de los asuntos de un país y, por dar un ejemplo, endeudarse a niveles históricos es, evidentemente, una gran capacidad de influir en la dirección de los asuntos de un país entonces es exactamente igual si a ese curso de acción se llegó gracias al telefonito o al sudor de la frente de compañeros entregando volantes en una esquina. Claro que no es igual para las propias personas que se dedican a la política. Quizás es más interesante y divertido militar presencialmente. Pero de priorizarse estarían confundiendo el medio con el fin.
Ahora Javier Milei, luego de ganar una elección presidencial sin ningún aparato partidario, sin fiscales en la mayor parte del país, no solo modificó las reglas de juego -con la Boleta Única de Papel, por ejemplo, la necesidad de tener fiscales se reduce drásticamente y es probable que hoy sea igual de necesario pero algo más urgente tener fiscales informáticos, expertos tecnológicos, al lado de los expertos políticos- sino que cerrado a la idea de hacer un gobierno de coalición decidió probar el experimento de crear una estructura partidaria territorial no de abajo hacia arriba, sino de arriba hacia abajo. Primero a partir de una estrategia de cooptación de cuadros existentes, ahora a partir de la creación de nuevos nombres.
Así quedó probado en el cierre de listas recientes. La Libertad Avanza puso siempre y en todo lugar, sin ninguna posibilidad de negociación, candidatos propios en las cabezas de todas las listas, relegando a sus aliados incluso aquellos más cercanos y leales. En CABA, Patricia Bullrich se inscribió como cabeza de lista al Senado bajo el sello LLA, desplazando al PRO a puestos marginales. En Buenos Aires, el PRO quedó reducido a tres candidaturas propias, mientras LLA monopolizaba el resto, con un posicionamiento inequívoco de Karina Milei al control total.
El experimento no queda claro si va a funcionar o no, en parte también por la incapacidad de Milei de generar estructuras amplias de buen trato y confianza que trasciendan su iracundo ir y venir por las emociones. Los partidos existen y son una herramienta muy útil -como también en muchos casos un límite, pero lo que hoy se está probando es si pueden ser creados y moldeados en función de un poder personal concentrado en el ejecutivo. Y así el Estado dejará de ser árbitro para convertirse en fabricante de partidos a medida.