27/08/2025 - Edición Nº932

Policiales

El sótano donde la normalidad aprendió a mentir

El clan Puccio, 40 años después: la banalidad que ocultó el horror

24/08/2025 | A cuatro décadas de su caída, el clan Puccio sigue siendo un símbolo perturbador de la Argentina de los 80: una familia que vivía en San Isidro y cometía secuestros y asesinatos en su propio sótano.



La casa olía a cera para muebles. A lana húmeda. A comida recién hecha. En el barrio se la pasaba por alto como se pasa por alto un poste de luz. Arquímedes Puccio, el patriarca, caminaba con la paciencia de quien ha aprendido a ordenar papeles y silencios. Su sonrisa no desentonaba. Tenía la competencia del burócrata y la cautela del conspirador. Arriba, la superficie: el barrio, el colegio, el club, los hijos que iban y venían en bicicleta, el timbre que sonaba a media tarde, el perro que ladraba sin entender. Abajo, la zona ciega: un cuarto donde el tiempo perdía sus bordes y la respiración ajena valía el precio de una negociación. Hoy, cuarenta años después de su detención, su caída sigue resonando con ecos siniestramente familiares.

Durante tres años, entre 1982 y 1985, la familia Puccio practicó su rutina con una disciplina que rozaba lo ceremonial. El plan se repetía con pocas variaciones: elegir a la víctima –un conocido, un conocido de un conocido–; acercarse lentamente; ejecutar el rapto con una sencillez que ahora estremece; ocultar el cuerpo vivo en el sótano; exigir dinero; fingir empatía por teléfono. Al final, cuando el temblor del pánico ya había hecho su trabajo en la familia del secuestrado, el clan avanzaba hacia el desenlace como si leyera un manual.

La familia -Arquímedes, su esposa Epifanía y sus hijos- mostraba un perfil normal: vecinos, padre de rugbiers exitosos, esposa dedicada, hijos integrados a la sociedad. La historia parecía la de una familia cualquiera, hasta que la primera víctima, un compañero de Alejandro, desapareció. En un juego macabro de vivir detrás del poder, los Puccio secuestraban, exigían rescates y mataban. Cuatro víctimas, tres asesinadas. El último rapto terminó con un raid policial en 1985, cuando intentaban cobrar la recompensa por la única víctima que sobrevivió.

El retrato deviene más oscuro cuando se imagina a Arquímedes, exintegrante de la SIDE y del Batallón 601, armado de herramientas de tortura. 

El psicópata paterno sin máscara apareció sumamente natural en la cotidianeidad cinematográfica: el actor Guillermo Francella lo interpretó en El Clan, con la frialdad de quien barre la vereda antes de planear otro monstruoso crimen. Esa casa en San Isidro era un escenario plagado de contradicciones, entre música de los 80 y gritos ahogados, cenas familiares y billetes de rescate.

La impunidad de los primeros años mostró que el poder sobrevivía en sombras. Arquímedes se recibió como abogado en prisión, tuvo libertad condicional, murió casi en la indigencia. Alejandro intentó suicidarse, sobrevivió, murió joven. Otros miembros quedaron en el exilio, víctimas de su propia genealogía criminal. Mientras tanto, las víctimas dejaron heridas tan profundas como la historia misma.