
Perdonar nunca fue fácil, nadie que lo haya intentado podría decir lo contrario, porque perdonar es entrar en la herida más honda y decidir que no queremos vivir encadenados a ella, es dejar de darle al rencor el poder de gobernar nuestra vida, es soltar un peso que parece sostenernos y que sin embargo nos hunde, y es por eso que cuesta tanto, porque duele más de lo que creemos soltar la bronca, duele dejar de aferrarse a la idea de justicia inmediata, duele renunciar a la revancha que parecía darnos fuerzaspara seguir adelante.
Las religiones saben que el perdón no es un adorno sino un centro vital de la existencia, en el judaísmo se lo entiende como un volver al camino perdido, como el acto de reconocer la falta y de elegir repararla, en el cristianismo se lo nombra como gracia, como esa irrupción que rompe el círculo del odio y abre la posibilidad de un nuevo comienzo, en el islam el perdón está presente en cada invocación a Dios como compasivo y misericordioso y recuerda que esa misericordia no se guarda en los cielos sino que pide ser gesto humano, cercano, cotidiano, aquí y ahora. Distintos lenguajes, un mismo corazón, porque nadie puede vivir cargando para siempre con el peso de la culpa ni con el veneno del resentimiento.
La historia nos mostró escenas que estremecen y que no se olvidan: Nelson Mandela pasó veintisiete años preso en condiciones inhumanas y cuando recuperó la libertad pudo haber salido a buscar revancha, pudo haber elegido el odio como bandera, sin embargo eligió perdonar, eligió abrir un futuro nuevo para su país, entendió que el resentimiento es como beber veneno esperando que muera el otro y su gesto cambió no solo a Sudáfrica sino también la manera en que el mundo entendió la reconciliación. Juan Pablo II, luego de recibir las balas de quien quiso matarlo en plena Plaza de San Pedro, entró a la celda de su agresor, lo miró a los ojos, le tomó la mano y le dijo que lo perdonaba, y esa imagen dio la vuelta al planeta porque mostraba que el perdón no es ingenuidad ni cálculo, es la fuerza más radical que puede tener un corazón humano.
Pero no hace falta mirar a los grandes nombres de la historia para entenderlo, el perdón se juega en lo cotidiano, se juega en la pareja que intenta salir adelante después de una decepción, en los hermanos que se dejaron de hablar por una herencia, en los amigos que no logran volver a encontrarse después de palabras que los hirieron, se juega incluso dentro de uno mismo, porque muchas veces lo más difícil es perdonarse los propios errores. Ahí también el perdón se vuelve necesario, porque no se trata solo de liberar al otro, se trata sobre todo de liberarse a uno mismo.
El perdón no borra lo que pasó, el perdón no convierte el mal en bien, el perdón no exige olvido, lo que hace el perdón es transformar, lo que hace es convertir la herida en cicatriz, una cicatriz que sigue contando la historia pero que ya no sangra, una cicatriz que se vuelve memoria viva en lugar de condena eterna, y es en esa transformación donde se juega la verdadera libertad.
Tal vez alguien que lea estas líneas sienta que no puede perdonar, que la herida es demasiado grande, que lo que vivió no merece ser soltado, y está bien sentirlo así, porque el perdón no es automático ni se impone, el perdón no se ordena, no se exige, no se dicta desde afuera, el perdón es siempre un acto libre, un acto que nace del corazón cuando este se atreve a soltar lo que parecía imposible de soltar, y por eso vale tanto, porque es un acto que nadie puede obligar y que cuando llega cambia todo.
Las religiones nos lo recuerdan, la vida misma lo confirma, el perdón no borra el pasado pero cambia el futuro, perdonar no es debilidad, es la fuerza más grande que puede tener un ser humano, no es ingenuidad, es la sabiduría más honda que puede alcanzarse, no es renuncia, es la libertad más alta a la que podemos aspirar, y quizá por eso duele tanto, y quizá por eso mismo vale tanto, porque el perdón es la llave que abre la celda en la que a veces nos encerramos solos, porque el perdón es la luz que entra en la herida y la convierte en esperanza, porque el perdón nos desarma para volver a armar de nuevo la vida, no como era antes, sino como podría ser si nos animamos a dar el paso más difícil y más humano de todos.