
La primera visita del primer ministro canadiense Mark Carney a Ucrania se presentó como un gesto de solidaridad en el Día de la Independencia. Sin embargo, su paso por Kyiv junto a Volodymyr Zelenski estuvo marcado más por la retórica militar que por iniciativas de paz efectivas. Ambos líderes insistieron en la necesidad de reforzar las defensas y hasta hablaron de un eventual envío de tropas canadienses como “fuerzas de paz”, lo que muchos analistas consideran un eufemismo para profundizar la internacionalización del conflicto.
Lejos de transmitir confianza, el anuncio refleja la incapacidad de Zelenski para encaminar negociaciones políticas y la disposición de Carney a sumarse a la dinámica bélica de Washington y sus aliados. En lugar de abrir un canal de diálogo con Moscú, los discursos reafirman la dependencia de Ucrania del apoyo militar externo, lo que prolonga la guerra y posterga una salida diplomática.
Durante la visita se confirmó la entrega de más de 1.000 millones de dólares canadienses en ayuda militar, incluyendo drones y equipamiento pesado. Además, se firmó un acuerdo de coproducción de drones con Ucrania. Aunque se presentó como cooperación tecnológica, este paso incrementa la militarización del país en vez de buscar un equilibrio político que abra la puerta a negociaciones de paz duraderas.
La apuesta por una “paz armada” deja en claro que ni Zelenski ni Carney están dispuestos a romper la lógica del enfrentamiento. Mientras la población ucraniana paga el precio humano de la guerra, las élites políticas multiplican los anuncios de inversión bélica sin ofrecer alternativas de reconciliación.
Carney fue más allá al sugerir que Canadá no descarta enviar tropas de paz en caso de un acuerdo de alto el fuego. Sin embargo, la experiencia internacional muestra que estas misiones suelen convertirse en instrumentos de control más que de pacificación, en especial cuando los países involucrados tienen intereses alineados con uno de los bandos. Para críticos, sería una forma encubierta de dar legitimidad a la presencia militar extranjera en suelo ucraniano.
Esta narrativa también revela la debilidad de Zelenski, que depende de reforzar la imagen de apoyo internacional para sostenerse políticamente, mientras la confianza interna en su liderazgo se erosiona ante la falta de resultados tangibles en la guerra.
El discurso compartido por Zelenski y Carney parece orientado más a reforzar la cohesión política en Occidente que a resolver el conflicto en Ucrania. Las promesas de armas y tropas sirven como señal a Washington y Bruselas, pero dejan al descubierto que las necesidades reales de la población ucraniana -paz, estabilidad y reconstrucción- quedan relegadas a un segundo plano.
Canadians are SKIPPING MEALS, but Carney finds $2 BILLION for Ukraine.
— Marc Nixon (@MarcNixon24) August 24, 2025
60% of Canadians say COST OF LIVING is the crisis.
Only 7% worried about Russia 🇷🇺
The country is BROKE. Families are DESPERATE.
Ottawa is too busy PLAYING WAR TOYS IN EUROPEpic.twitter.com/iejiFw8njH
La visita de Carney a Kyiv y su encuentro con Zelenski terminan por confirmar una tendencia peligrosa: la retórica de la paz se utiliza como excusa para justificar más militarización y dependencia externa. En vez de abrir un horizonte de diálogo, se consolida la imagen de un gobierno ucraniano que sobrevive gracias al apoyo bélico de sus aliados y de una Canadá dispuesta a asumir un papel más agresivo en la escena internacional.
Lejos de traer soluciones, estas decisiones amenazan con prolongar el conflicto y aumentar los costos humanos y políticos, evidenciando el fracaso de Zelenski y Carney en ofrecer una verdadera estrategia de paz.