
México atraviesa un momento económico que ha desconcertado a los analistas. A pesar de las advertencias de organismos internacionales sobre una posible desaceleración, el país ha mostrado una recuperación más sólida de lo previsto, con un crecimiento que, aunque moderado, supera las expectativas más pesimistas. Esta tendencia se da en un contexto global adverso y en medio de tensiones políticas internas.
El crecimiento del Producto Interno Bruto, cercano al 2% anual, refleja la resiliencia de la economía mexicana. Factores como el dinamismo del consumo interno, la fortaleza del sector servicios y el empuje de la inversión extranjera han sido claves para sostener esta mejoría. Lejos de un estancamiento, México se posiciona como una de las economías más estables de la región en este 2025.
Uno de los aspectos que más llama la atención es la trayectoria de la inflación. Tras haber alcanzado picos preocupantes en 2023 y 2024, los precios comienzan a mostrar una clara tendencia a la baja. Este alivio ha permitido al Banco de México mantener su política monetaria restrictiva, aunque con señales de mayor flexibilidad ante la moderación de los indicadores. La estabilidad del peso frente al dólar también se ha convertido en un factor de confianza para inversionistas y consumidores.
El desafío radica en que esta moderación inflacionaria no se traduzca en un freno del consumo. Para mantener el equilibrio, las autoridades financieras deben asegurar que la estabilidad de precios vaya de la mano con la preservación del dinamismo económico. Por ahora, la percepción en los mercados es positiva y coloca a México en una posición relativamente ventajosa en comparación con otras economías latinoamericanas.
Aunque la recuperación es alentadora, persisten problemas estructurales que dificultan un despegue sostenido. La falta de infraestructura moderna, los altos niveles de inseguridad y la debilidad institucional siguen siendo obstáculos para consolidar un crecimiento de largo plazo. Estos factores limitan el potencial del país a pesar de su buena ubicación geográfica y del interés que despierta entre los inversionistas extranjeros.
Además, la incertidumbre política de cara a las elecciones de 2025 genera dudas sobre la continuidad de las políticas actuales. La estabilidad económica depende, en gran medida, de que no haya cambios abruptos en la estrategia gubernamental que pongan en riesgo la confianza lograda hasta ahora. Para muchos empresarios, la clave es garantizar un marco regulatorio claro y previsible.
En contraste con la situación de países como Argentina o Brasil, México aparece como una economía que ha logrado contener los efectos de la volatilidad financiera. Su cercanía con Estados Unidos y el fenómeno del nearshoring le otorgan ventajas estratégicas en la reconfiguración de las cadenas globales de valor. Esto ha permitido atraer capitales que buscan mercados más estables y seguros para sus operaciones.
La oportunidad radica en aprovechar esta coyuntura para fortalecer sectores estratégicos, desde la manufactura hasta la tecnología. Sin embargo, para que el país pueda consolidar este papel, deberá invertir en infraestructura y capital humano, evitando caer en una dependencia excesiva de factores coyunturales que podrían cambiar en cualquier momento.
La economía mexicana ha demostrado una resistencia mayor a la anticipada, desafiando los pronósticos que auguraban un 2025 marcado por la contracción. Si bien la recuperación es modesta, se apoya en bases más firmes de lo esperado, lo que sugiere que el país tiene margen para sostener su crecimiento en el corto plazo.
No obstante, el riesgo de caer en un espejismo es alto. La consolidación de este proceso requiere enfrentar los problemas estructurales que históricamente han limitado al país: inseguridad, baja productividad e inestabilidad política. La dirección que tome el próximo gobierno será determinante para definir si este impulso es solo un respiro temporal o el inicio de una verdadera transformación económica.