
El escándalo por presuntas coimas en la compra de medicamentos sigue golpeando al corazón del oficialismo. Esta vez, el apuntado es Martín Menem, presidente de la Cámara de Diputados, quien salió a desmentir los audios que lo comprometerían, pero no pudo ocultar su relación con los dueños de la firma Suizo Argentina, investigada por la Justicia.
Menem reconoció que mantiene lazos con Jonathan y Emmanuel Kovalivker, aunque intentó justificar ese vínculo como parte de su “actividad privada” en el rubro de suplementos dietarios. Sin embargo, la explicación abre más dudas que certezas: ¿puede el titular de Diputados separar con tanta facilidad su rol público de sus negocios privados?
El dirigente riojano buscó refugiarse en la idea de una conspiración electoral. Aseguró que todo forma parte de “una monumental operación” atribuida al kirchnerismo, justo a 15 días de las elecciones. La estrategia es clara: victimizarse para evitar dar respuestas concretas sobre el manejo de los fondos y los contactos con el entramado empresarial que quedó expuesto en los audios.
La línea oficialista repite un mismo libreto: cada denuncia es “una operación”, cada filtración es “un invento”. Pero lo que no logra explicar es por qué tantos nombres cercanos al presidente Javier Milei aparecen mencionados en un caso que ya escaló a nivel internacional. El discurso defensivo de Menem, lejos de cerrar el tema, lo profundiza.
El episodio también deja en evidencia un punto más amplio: la falta de transparencia en el gobierno libertario. Mientras se ajusta en áreas sensibles como salud y discapacidad, se multiplican las sospechas sobre negocios privados, favoritismos y coimas en la gestión estatal. La negación no alcanza para disipar un clima de sospecha que crece cada día.
Con el caso Suizo Argentina, Menem quedó bajo la lupa. Y aunque intente presentar el escándalo como una maniobra política, la pregunta central sigue abierta: ¿qué grado de responsabilidad tiene el oficialismo en la trama de corrupción que ya salpica a su propia cúpula?
DM