28/08/2025 - Edición Nº933

Opinión


Política y moral

¿Cuánto le importa la corrupción al mileísmo?

28/08/2025 | Al mileísmo la corrupción le importa poco: su cruzada está en dividir el campo político y en sostener un poder que se proclama moralmente superior, aun a costa de las propias contradicciones.



Yo diría que nada o poco. Su sed de odio y revancha va mucho más allá del problema formal de un hecho corrupto en particular. Y no se detiene sino que sobrepasa ideológicamente el problema legal del delito. Por eso seguramente se permita forzar los límites de la ley escrita, y situarse por encima de las instituciones existentes. Es que estas están ya corruptas pero a otro nivel, un nivel más bien teológico, cuanto menos moral, que legal. Durante toda su carrera preparatoria a la presidencia Milei se destacó por sostener que toda institución pública es un factor de mal en su mera existencia.

No es que este o aquel Estado, este o aquel Banco Central sean corruptos por una desviación estructural en su funcionamiento que podría corregirse o que son corruptos por desviaciones del comportamiento de personas en particular sino que todo intento de organizar centralmente y desde un presunto punto superior esconde una tentación imposible que, como toda tentación, es pecaminosa y por eso corrupta.

Evidentemente, al igual que el marxismo, aquí el libertarianismo -que comparten raíz utópica y por eso quizás lleguen a odiarse como solo dos hermanos lo hacen- necesita de conceptos de transición. Así como el marxismo hace dictadura del proletariado es el summum de poder político que hace de puentes entre el Estado burgués corrupto y la sociedad de clases por venir, un último Estado que permitiría la destrucción de toda forma de dominación y por eso del propio Estado, Javier Milei se topó, en la realidad de la historia, con la necesidad de ajustar su proyecto libertario a la realidad y proceder a hacer concesiones.

No destruyó el Estado desde adentro aún pero dice prometer hacerlo en algún momento del futuro. No hay una elevación a concepto de este estadio intermedio libertario, Milei el intelectual sucumbe al Milei profeta y se detiene solo a dividir moralmente el campo político y guiar con su carisma sin preocuparse por las propias contradicciones del discurso.

En la lectura del propio gobierno, como en la de muchos de sus periodistas adeptos pero también en la de los opositores, gran parte de ese carisma se basa en la inflexibilidad y determinación. Que conoce y ejerce el poder, a diferencia de por ejemplo -y nos persignamos- Alberto Fernández. Esto en realidad es una confusión entre potencia y prepotencia y los dos años de intensificación del discurso político -de todos lados- parece haberse pagado con los porcentajes de votación más bajos desde 1983 hasta hoy.

Si Milei tenía la posibilidad de concebir una nueva identidad mayoritaria necesitaba expandir su base de apoyo. Y aquí se muestran los límites de la prepotencia. Más cuando la realidad comienza a contradecir el discurso y las propias contradicciones no son asumidas -hacerlo sería de impotente.

Al mileísmo no le importa la corrupción en particular, su cruzada es moral y revolucionaria. Está más allá de un 3%. Pero es probable que el resto de la Argentina no comparta cien por ciento la cruzada moral y revolucionaria de Milei, menos que menos si no demuestra mejoras en la vida real de las personas.

Que la baja de la inflación es importante pero no alcanza ni es tan excepcional -entre 2003 y 2011 la inflación mensual era del 1% mensual y sin necesidad de enfriar la economía- ni está tan garantizada. Y por momentos la política cambiaria del gobierno trae recuerdos de los peores momentos del macrismo con tasas altas y corridas mensuales.

De seguir encerrándose discursivamente, si la Argentina no despega económicamente, si siguen destapándose casos y noticias que ni siquiera se esfuerzan en responder discursivamente, es muy probable que las elecciones bajen aún más en su participación y la democracia de este país se siga resintiendo.

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