
Coca-Cola es una de las marcas más reconocidas del mundo, disponible en más de 200 países, pero todavía hay dos lugares donde no se puede comprar legalmente: Corea del Norte y Cuba.
En ambos casos, la prohibición está directamente vinculada a tensiones políticas y a embargos comerciales impuestos por Estados Unidos. En Cuba, Coca-Cola desapareció tras la revolución de 1959 y la nacionalización de empresas estadounidenses. La bebida, junto con otras marcas de Estados Unidos, fue retirada del mercado como parte de un proceso de independencia económica y cultural que buscaba reducir la influencia estadounidense en la isla. Durante décadas, Cuba promovió productos nacionales o importaciones de países aliados, principalmente de la Rusia soviética y otras naciones del bloque socialista.
En Corea del Norte, la prohibición tiene aún más fuerza: está escrita en la ley, que clasifica a Coca-Cola junto a jeans, cigarrillos, discos y otros bienes culturales estadounidenses como importaciones prohibidas. Esto forma parte de un sistema más amplio de control de la economía y la cultura, en el que el gobierno limita el acceso a productos extranjeros para proteger su ideología y mantener la influencia estatal sobre la población.
No solo Coca-Cola está bloqueada. En Cuba, otras marcas icónicas como Pepsi, McDonald’s, Kellogg’s o Starbucks tampoco se encuentran disponibles legalmente debido al embargo comercial. Algunos de estos productos solo aparecen de manera limitada en el mercado negro o como parte de paquetes turísticos. En Corea del Norte, marcas estadounidenses como Nike, Levi’s y Hershey’s también están prohibidas, consideradas símbolos de la cultura occidental y del consumo capitalista.
A pesar de estas restricciones, Coca-Cola y otras marcas todavía logran llegar ocasionalmente a ambos países mediante canales del mercado negro, regalos diplomáticos o excepciones en eventos especiales, mostrando que incluso las políticas más estrictas no pueden eliminar por completo la presencia cultural de estas marcas.
El caso de Coca-Cola y otras marcas en Cuba y Corea del Norte no solo refleja la influencia de los embargos y tensiones políticas, sino también la fuerza cultural de productos que se han convertido en símbolos globales de consumo y estilo de vida. Representan la globalización y la economía estadounidense, lo que explica por qué su prohibición ha tenido un fuerte componente ideológico y simbólico.
Aunque estas bebidas y productos estén oficialmente fuera del alcance de los ciudadanos de estos países, su reconocimiento sigue siendo universal, y muchos los consideran un símbolo de la cultura pop global, incluso donde no se pueden consumir legalmente.