
Frente a la incertidumbre climática y los vaivenes del mercado, hay productores que además de sembrar trigo -el cultivo estrella en el sudeste de Buenos Aires, avanzan con estrategias de diversificación que incluyen forrajeras para semilla, colza, lino o garbanzo. Estos cultivos no solo aportan rentabilidad, sino también estabilidad, servicios ecosistémicos y una mejor estructura de rotaciones.
Según explicaron desde la Asociación Argentina de Productores en Siembra Directa (AAPRESID), sumar estas alternativas invernales permite fortalecer el sistema, ya que la diversificación aporta estabilidad y abre nuevas oportunidades comerciales.
En Chapadmalal (Bs. As.), Hernán Sánchez de la Regional AAPRESID Mar del Plata, además de agricultura tradicional con maíz, girasol o soja, hace producción de semillas forrajeras y ganadería de ciclo completo. En el caso de las forrajeras, explicó que “cuando se maneja el sistema de forma integrada vemos que las forrajeras aportan estabilidad, ayudan al control de malezas y diversifican el riesgo. Además, suman nitrógeno y carbono, potenciando los cultivos de renta”.
En cuanto al manejo, el productor señaló que el éxito depende de un plan nutricional balanceado y de una buena gestión del agua, sobre todo en planteos intensivos donde los desajustes hídricos pueden comprometer los resultados.
La cosecha es otro punto crítico: se trata de un trabajo delicado que demanda contratistas capacitados y maquinaria específica. “Las pérdidas por no cosechar en tiempo y forma pueden alcanzar el 75%. Acá es clave acoplarse al circuito de otras firmas más grandes”, advirtió.
Pese a los desafíos, Sánchez hace un balance positivo: “con planificación, buenos diagnósticos y control presupuestario, el resultado llega”.
También en la Regional Aapresid Mar del Plata, la diversificación llega de la mano de la colza, que José Luzuriaga -gerente de producción de la firma Horreos del Sudeste- incorpora desde hace más de 20 años.
El cultivo nació como una alternativa al trigo en épocas de mercados intervenidos, pero hoy se consolidó como una herramienta estratégica. “Nos permite diversificar fechas de siembra y cosecha, y cuando rotás con trigo permite hacer cuatro cultivos en dos años”, destacó.
El directivo consideró que no se trata de un cultivo sencillo, porque exige suelos fértiles, bien drenados y sin antecedentes recientes de crucíferas, siendo el girasol el antecesor más recomendable.
Su potencial responde a una fertilización balanceada con nitrógeno, fósforo y azufre, y requiere además un manejo sanitario riguroso, en especial frente a enfermedades como Phoma y Alternaria. La cosecha es otro desafío, ya que las pérdidas pueden ser altas si no se ajustan correctamente la regulación de la maquinaria y la velocidad de los equipos.
A pesar de estas exigencias, Luzuriaga señaló ventajas clave: la posibilidad de controlar gramíneas problemáticas, alternar grupos botánicos y aprovechar mejor la superficie disponible. “Es un cultivo de alta respuesta a la fertilización, con muchas exigencias sanitarias que hay que monitorear desde el inicio”, resumió.
Luzuriaga también apuesta al lino. “Lo hacemos como alternativa en suelos donde los cereales de fina no pueden mostrar su potencial. Sembramos entre julio y agosto, en lotes preferentemente limpios, porque no hay muchos herbicidas disponibles para su control”, explica.
Como beneficio, Luzuriaga afirmó que el lino permite sumar una alternativa de invierno en ambientes restrictivos, además de integrarse bien en rotaciones que continúan con soja de segunda.
Sin embargo, también reconoció limitantes como la sensibilidad a heladas tempranas y la escasa disponibilidad de herbicidas selectivos, lo que obliga a elegir con cuidado los lotes de implantación.