En 2015, el pueblo industrial de Altena, en el oeste de Alemania, aceptó voluntariamente 100 migrantes más de los que le correspondían, en un esfuerzo por enfrentar su caída demográfica y económica. Esta decisión lo convirtió en un símbolo del lema «Wir schaffen das» (Podemos lograrlo) impulsado por la entonces canciller Angela Merkel.
Con el apoyo de voluntarios locales -que prepararon viviendas, acompañaron trámites y ofrecieron apoyo emocional-, muchos de los recién llegados lograron integrarse al empleo y la comunidad. Algunos incluso establecieron vínculos familiares con vecinos mayores y hoy trabajan en sectores clave como la salud.
Pero la iniciativa no alcanzó para revertir por completo la tendencia negativa. La población siguió disminuyendo: de aproximadamente 17.000 habitantes en 2015 a poco más de 16.600 en 2024. Mejoraron las finanzas públicas, pero gracias principalmente a recortes de gastos, aumentos de impuestos y la recuperación industrial, más que al aporte de los nuevos residentes.
Además, muchos migrantes optaron por mudarse a ciudades más grandes en busca de mejores oportunidades laborales o educativas, mientras que otros enfrentaron barreras lingüísticas y culturales que los mantuvieron dependientes de ayudas sociales, una presión creciente para una comunidad envejecida.
El aumento del sentimiento antiinmigración también encontró terreno fértil. El partido AfD (Alternativa para Alemania) duplicó su apoyo en Altena, obteniendo casi el 24 % del voto en las elecciones federales de 2025, un salto significativo respecto a años anteriores. Este avance se atribuye al descontento por el costo de vida, la infraestructura deteriorada y el temor a una saturación migratoria sin control.
A pesar de todo, muchos vecinos aún valoran la experiencia: los migrantes siguen viviendo entre ellos, sus hijos asisten a la escuela y existe una convivencia cotidiana que, en palabras del exalcalde Hollstein, refleja que «la vida continúa» y que el esfuerzo «valió la pena», aunque también advierte que Alemania no puede absorber migrantes indefinidamente.

Este caso ejemplifica una tensión nacional: Alemania necesita migrantes para contrarrestar el envejecimiento poblacional y la falta de mano de obra -especialmente en salud e industria-, pero enfrenta crecientes desafíos de integración, costos sociales y rechazo político.
Muchas ciudades pequeñas han sido puestas a prueba, enfrentando quejas por saturación de servicios, dificultad para construir viviendas y escuelas para niños migrantes, así como resistencia política local.
El dilema es claro: la migración aporta dinamismo y soluciones parciales, pero no resuelve problemas estructurales profundos como la despoblación, la renovación económica o la cohesión social. La experiencia de Altena muestra que, sin políticas integrales y continuidad ciudadana, el impacto será limitado.