
Cuenta la leyenda que después de que a uno de los creadores de Netflix lo multaran por la devolución tardía de un VHS alquilado en Blockbuster, se hartó y decidió pensar en una forma diferente de ver películas. Una que no incluyera ningún tipo de multa, que te permitiera verla cómo, cuándo y cuántas veces quisieras sin pensar en tener que devolverla en determinado momento. Así empezaba a gestarse Netflix.
El nombre de Netflix es una combinación de Net, red, y flix, un vocablo más coloquial que refiere a las películas. Y aunque podría pensarse que es un invento que nace gracias a la masificación de la banda ancha e internet, sus orígenes están vinculados al viejo correo. Netflix se creó como un sistema por correo donde uno podía alquilar títulos de una lista que le llegaban a su casa gracias a los queridos carteros. Obvio, una vez que la tecnología lo permitió, todo se volcó a internet y fue ahí cuando la cosa empezó a crecer hasta ser el gigante que es hoy en día. Pero, ¿cómo hizo para triunfar?
Hay algunos puntos que son claves en la evolución de Netflix, empezando por la estrategia de adquisición de licencias. Ya te contamos cuando te hablamos de piratería que Netflix se apoyó mucho en las descargas ilegales de películas y series para saber qué títulos adquirir cuando se abría paso en un nuevo mercado. Pero, claramente, no fue la única forma. Los empleados de Netflix, al mando de Reed Hastings (a quien luego se sumaría Ted Sarandos), se dedicaron a conseguir licencias de títulos de compañías como Fox, Disney, Warner Bros. y tantos otros que inicialmente no veían el monstruo que estaban alimentando.
De a poco, Netflix se convirtió en ese espacio al que se podía recurrir por una módica suscripción y encontrar películas clásicas y algunos títulos más modernos, así como también series, que hacía tiempo que uno quería ver de principio a fin, en orden. Y el servicio empezó a vender suscripciones. Era momento de empezar a invertir parte de la ganancia y ofrecer contenidos originales.
Ahí empezaron a aparecer las House of Cards, una adaptación de la obra del británico Michael Dobbs adaptada a la política norteamericana, así como también Stranger Things, un fenómeno que supo explotar la nostalgia de los 80 antes de que todo volviera a ser sintetizadores y neones en prácticamente cuanto título se produjera. Pero, claro, a diferencia de la actualidad donde hay estrenos de a decenas por semana, antes la cosa era mucho más acotada. Netflix producía menos y producía mejor. Y se asociaba con grandes como David Fincher, de la mano de quien llegó la genial Mindhunter. Ahora Netflix ya no solo era un espacio para ver esas películas que nos gustaban cuantas veces quisiéramos. También tenían historias originales frescas.
El último eslabón, que se potenció mucho gracias a ser el primer servicio en volcarse íntegramente al streaming, vino de la mano de la fabricación de televisores. Netflix se volvió masivo al punto de que muchas empresas empezaron a fabricar controles remotos con la app integrada y un botón incluido en cada dispositivo para acceder de forma veloz a la plataforma. Estaba todo dado para que dominaran el mercado y así fue.
Y aunque hoy podríamos pensar que su modelo está en crisis, que la prohibición del compartir cuentas o los precios podrían atentar contra su modelo, la realidad es que son tantas las aristas que se desprenden de este negocio hoy convertido en un estudio al que solo le falta un Oscar a Mejor Película para terminar de ser validado (pero que ya estuvo muy cerca con títulos como Roma, El Irlandés, Sin novedad en el frente o la reciente Emilia Pérez). Netflix tiene espalda hasta para bancarse la burbuja que se ha generado en el streaming con la proliferación de servicios y muchas chances de ser la que vea caer a la competencia mientras sigue engordando sus arcas. Todavía no le encontraron su talón de Aquiles.