06/09/2025 - Edición Nº942

Opinión


El poder no todo lo puede

Mileísmo frágil, segunda parte

06/09/2025 | El gobierno de Javier Milei se muestra cada vez más vulnerable: errores sin admitir, alianzas rotas, denuncias de corrupción y tensiones internas que exponen la fragilidad de un poder construido sobre la prepotencia.



Hace un tiempo escribí que el mileísmo era frágil porque confundía poder con prepotencia. Esa idea puede parecer contradictoria: ¿cómo la prepotencia, esa energía avasallante que impone, puede ser frágil? La clave está en que confunde fuerza con infalibilidad, y autoridad con obediencia muda.

En política, una personalidad fuerte no es la que nunca se equivoca, sino la que puede soportar el error sin quebrarse. El que tapa, el que se niega a matizar, se expone a que un día se le caiga el disfraz y quede desnudo: el rey sin ropa. Y entonces, lo que antes servía para acumular poder, pasa a ser un motor de impotencia, que puede convivir sin problemas con la violencia.

El gobierno de Javier Milei encarna ese dilema desde el primer día. No reconoce errores ni concede matices. La lucha entre leyes y vetos con el poder legislativo es un ejemplo claro: la incapacidad de generar un esquema de alianzas estable, la presión y el apriete constantes como modelo de construcción llevó a derrotas legislativas con mayorías abrumadoras en su contra. No hay poder que no pueda ser corregido, y cuando el oficialismo se niega a ver esa evidencia, queda atrapado en la ficción de un liderazgo infalible que nadie cree.

La segunda dinámica es igual de corrosiva: la verticalidad acumula rencor. Los marineros que acatan órdenes por miedo acumulan bronca, y cuando logran bajarse del barco buscan revancha. El estilo Karina Milei —lapicera en mano, ordenando listas y reduciendo a los aliados a meros convidados de piedra— ya genera un clima de obediencia humillada.

El cierre de listas en CABA fue el ejemplo más claro: el PRO, que alguna vez fue socio de peso, quedó relegado a los puestos cinco y seis, mientras los primeros lugares fueron monopolizados por libertarios puros. Esa no es una coalición; es una subordinación. Y lo subordinado, tarde o temprano, se cobra.

Los ejemplos de los últimos meses confirman la hipótesis: el caso Spagnuolo, con audios filtrados que comprometen a Karina y a “Lule” Menem en supuestas coimas ligadas a la Agencia Nacional de Discapacidad, encendió todas las alarmas. La reacción del gobierno fue pedir censura previa a la Justicia para evitar nuevas filtraciones: la autoproclamada fuerza de la libertad pidiendo mordaza.

Al mismo tiempo, el Congreso reactivó la comisión investigadora sobre el caso $LIBRA, y el propio Milei fue cuestionado por la ex canciller Diana Mondino, que llegó a decir que “o no es muy inteligente o es corrupto” por haber promocionado aquella criptomoneda. Cuando hasta los exfuncionarios de confianza hablan de falta de inteligencia o corrupción, el poder pierde el aura de invulnerabilidad y gana olor a desgaste.

La interna entre Caputo y sectores del entorno presidencial también mostró la fragilidad de la prepotencia. En economía, los errores no se maquillan: licitaciones flojas, suba de tasas y la admisión implícita de que sin acuerdos legislativos no hay manera de sostener la narrativa de “déficit cero”. Y en Diputados, Martín Menem se enreda entre la supervivencia política y la necesidad de mostrarse alineado, mientras la oposición avanza con una ley anti-DNU que le recorta atribuciones al Ejecutivo. El mileísmo que prometía dinamitar la “casta” se topa con la aritmética parlamentaria, y en ese terreno la prepotencia no suma bancas.

El caso más revelador quizá sea el de Victoria Villarruel. De aliada estratégica a adversaria incómoda en el Senado, la relación se resquebrajó al calor de acusaciones cruzadas y de derrotas legislativas que expusieron las costuras del oficialismo. Lo que era obediencia vertical se convirtió en reproches públicos. Lo mismo ocurrió con exfuncionarios como Mondino, o con las tensiones internas que emergen entre diputados libertarios y los gobernadores que reclaman fondos.

El mileísmo es frágil porque prefiere el grito a la rectificación, la humillación a la construcción, la mordaza a la transparencia. En ese camino, cada error no forzado se convierte en una grieta que desarma el relato de fuerza. Y cuando la desnudez del poder se hace evidente, la violencia que lo sostuvo no asegura autoridad.