08/09/2025 - Edición Nº944

Opinión


Altares del Siglo XXI

El sentido de la escucha

07/09/2025 | En tiempos de ruido constante y palabras superpuestas, escuchar se vuelve un acto político, espiritual y profundamente humano. Redescubrir su valor puede transformar nuestros vínculos y abrir un futuro compartido.



Vivimos en un tiempo en el que pareciera que todos hablamos al mismo tiempo, que todos queremos tener la razón, que todos corremos para dar la respuesta más rápida, pero son pocos los que se animan a detenerse de verdad y escuchar. Alcanza con pensar en una mesa familiar donde cada uno tiene el celular en la mano y atiende a decenas de voces lejanas mientras ignora la voz que está enfrente.
Esa incapacidad de escuchar atraviesa todo, desde lo más íntimo hasta lo más grupal, y genera la sensación de que vivimos en un ruido permanente donde lo importante siempre corre el riesgo de perderse.

Escuchar no es simplemente callarse ni esperar a que el otro termine para poder responder con lo que ya teníamos preparado, escuchar es reconocer que el otro existe y que lo que tiene para decir merece ser considerado. La escucha, en ese sentido, es un gesto profundamente político porque una democracia sin escucha se convierte en un griterío sin sentido, en un espacio donde todos compiten por hablar más fuerte y nadie se toma el trabajo de comprender, y sin comprensión lo que queda es un diálogo de sordos que termina erosionando la confianza y la posibilidad de construir futuro.

También la escucha tiene un costado espiritual que no deberíamos olvidar, porque quien alguna vez rezó con sinceridad sabe que la oración no consiste únicamente en hablar o pedir, sino en guardar silencio y abrir un espacio donde lo trascendente pueda hacerse presente. En la tradición hebrea, el “shemá”, que quiere decir “escucha”, no es un detalle secundario sino el inicio mismo de la fe, y en el cristianismo escuchar al prójimo es considerado una forma concreta de escuchar a Dios, mientras que muchas comunidades espirituales valoran el silencio compartido más que cualquier discurso. Al fin y al cabo, no hay encuentro con lo sagrado sin un corazón dispuesto a escuchar.

La escucha también tiene un valor enorme cuando se da entre generaciones. Escuchar a los abuelos es una forma de recibir una herencia de memoria y sabiduría que no aparece en ningún manual ni en ninguna pantalla, es dejar que la experiencia de quienes vivieron antes nos ilumine el presente. Y escuchar a los niños es abrirse a una mirada fresca, curiosa y sincera que nos recuerda que la vida siempre puede ser contada de otra manera, sin cinismo ni cálculo, con la transparencia de quien todavía está descubriendo el mundo. Tanto los abuelos como los niños nos enseñan que la escucha no es solo un canal para aprender, sino también un gesto de reconocimiento, porque para ellos ser escuchados significa sentir que su voz importa, que tienen un lugar en la conversación y que su existencia es tomada en serio.

Escuchar en la vida cotidiana resulta más difícil de lo que pensamos, porque exige paciencia, exige tiempo y exige una ternura que no siempre tenemos a mano, sobre todo en un mundo donde todo nos invita a reaccionar de inmediato. Sin embargo, cuando alguien se siente escuchado ocurre algo que no es exagerado llamar milagro, porque esa persona siente que su voz tiene un lugar, siente que vale, siente que su existencia se vuelve reconocida por el otro. En esos pequeños gestos se sostienen el amor, la amistad, la familia, la comunidad, porque no hay vínculo humano que sobreviva demasiado tiempo si no existe la certeza de ser escuchado.

Quizás el desafío de este tiempo sea recuperar el sentido de la escucha, animarnos a practicarla incluso cuando incomoda, cuando implica aceptar que podemos estar equivocados o que hay verdades que todavía no alcanzamos a comprender. Escuchar antes de contestar, escuchar antes de juzgar, escuchar incluso cuando preferiríamos callar al otro, puede ser el punto de partida para sanar heridas que parecen imposibles de cerrar y para abrir caminos de encuentro en una sociedad acostumbrada a vivir a los gritos. Tal vez descubramos que en ese silencio atento, en ese gesto de reconocer al otro sin interrumpirlo ni apresurarnos a rebatirlo, está la posibilidad de un futuro compartido que todavía nos espera.
 

Temas de esta nota:

CRISTIANISMOESCUCHA