
Los 47% de votos para Fuerza Patria colocan y la distancia de casi 14 puntos por encima de La Libertad Avanza, ponen a Axel Kicillof en un lugar de privilegio. Acertó en términos estratégicos. Nunca antes tuvo el lugar de legitimidad para conducir la oposición kirchnerista. Pero esa victoria no borra las tensiones internas que le costaron representatividad y poder al peronismo en los últimos años.
Al unísono que el ministro de Gobierno de la provincia Carlos Bianco aparecía en cámaras para dar los resultados oficiales de las elecciones, Cristina salió al balcón y todas las transmisiones comenzaron a hacerse a pantalla partida. Aunque hoy Kicillof parece consolidado, seguirán las disputas por un relato que navegue entre esa renovación y el deseo residual de Cristina Kirchner de reaparecer en primera plana.
Hace rato que no hay tiempo parar esa interna que solo se reduce a cálculos de poder y de reproducción de estructuras políticas. La pregunta es si esta victoria vuelve más responsable a la oposición kirchnerista en vistas del próximo calendario electoral o si el riesgo de paralizarse por internas mal administradas se agrande a cada paso que la presidencia esté más cerca.
Ni el PRO ni La Libertad Avanza pudieron capitalizar lo que parecían alianzas inevitables. El PRO cedió espacio -en muchos distritos quedó tercero, favoreciendo al peronismo- y La Libertad Avanza pagó el costo de una estrategia de polarización extrema que agotó al electorado. Ambos espacios reconocen que su modelo de conducción -sumisión o imposición, según quién presione- ya no alcanza para retener gobernabilidad ni capital político.
La alianza provincial “Somos Buenos Aires”, impulsada por gobernadores disidentes, buscó oxigenar el tablero peronista con una propuesta federal propia. Pero quedó estancada en un 5%. Romper la polarización en territorio tradicionalmente peronista era una jugada difícil: cualquier espacio necesita construir identidad y territorio primero. Aunque su derrota no confirma el fin de una tercera vía o dicho al revés, aun en su derrota “la grieta” no alcanza a cubrir todo el electorado político y sigue siendo un fenómeno discursivo entre las dos fuerzas mayoritarias y no una expresión electoral.
Si bien a Bianco le alcanzó con marcar que la caída en la participación electoral de la provincia de Buenos Aires fue menor a la de la Ciudad, eso no quita que la participación electoral de la Ciudad de Buenos Aires fue del 61%, una caída radical frente al 77% de comportamiento histórico. Esto no es solo un número refrigerado en una urna: es la expresión de una representación quebrada. En ese marco cualquier victoria contundente o paliza solo es dentro de un juego del que cada año menos argentinos se sienten parte.