
El Banco Popular de China lleva casi un año comprando oro de manera continua, elevando sus reservas oficiales a unas 2.300 toneladas. Este ciclo responde a una estrategia clara: diversificar las reservas internacionales, reducir la exposición al dólar estadounidense y fortalecer el papel del yuan como divisa de referencia. El gesto es simbólico, pero también práctico: el oro es un activo refugio que puede respaldar la estabilidad monetaria en un escenario de tensiones financieras y geopolíticas.
Sin embargo, pese al esfuerzo, las cifras muestran una brecha significativa. El oro apenas representa el 7 % de las reservas extranjeras de China, frente a un promedio global del 22 % y muy lejos de potencias como Estados Unidos, que acumula más de 8.000 toneladas. Para alcanzar un peso equivalente en su economía, China debería duplicar o incluso triplicar sus reservas actuales.
El trasfondo de esta estrategia es geopolítico. En un mundo cada vez más fragmentado, el riesgo de sanciones financieras contra China ha ganado relevancia. La dependencia del dólar y de los activos denominados en esa moneda expone a Pekín a vulnerabilidades que Moscú ya experimenta tras la guerra en Ucrania. El oro, en cambio, es un activo físico que no puede congelarse mediante sanciones y que proporciona un respaldo tangible a la política monetaria.
El desafío radica en la velocidad y el costo. El mercado mundial de oro es limitado y las compras masivas de China tienden a encarecer el precio del metal, lo que hace más difícil acumular reservas a gran escala sin desatar desequilibrios. Aun así, Pekín mantiene el rumbo, consciente de que cada tonelada adquirida no solo suma estabilidad, sino también capacidad de disuasión frente a presiones externas.
La apuesta china por el oro refleja un cambio estructural en el sistema financiero internacional. El dólar sigue siendo la moneda dominante, con más del 58% de las reservas globales, pero el ascenso del yuan como alternativa regional y la diversificación hacia activos físicos marcan una transición hacia un orden más multipolar. El creciente interés de bancos centrales de Asia, África y Medio Oriente por el oro refuerza esta tendencia.
A nivel práctico, sin embargo, es improbable que el oro sustituya al dólar como referencia global. El metal funciona más como complemento estratégico que como sustituto, ofreciendo un respaldo en momentos de crisis, pero sin la liquidez ni la flexibilidad que otorgan las monedas fuertes. En este sentido, el plan de China debe entenderse más como una estrategia de mitigación de riesgos que como una ruptura inmediata del statu quo.
China está construyendo un escudo dorado para protegerse de la hegemonía del dólar, pero el camino es largo y complejo. El oro fortalece su posición, aporta seguridad frente a sanciones y refuerza la credibilidad del yuan, pero no basta por sí solo para desplazar al dólar como moneda global.
En definitiva, lo que se observa es el diseño de un sistema financiero híbrido, donde el dólar seguirá dominando, pero en coexistencia con un yuan respaldado por reservas tangibles. El desafío para Pekín será mantener el equilibrio entre ambición geopolítica y sostenibilidad económica en un mundo cada vez más fragmentado.