11/09/2025 - Edición Nº947

Policiales

Un asesinato que sacudió al país

A 35 años del crimen de María Soledad: cómo viven hoy Tula y Luque, los dos principales acusados

09/09/2025 | Los dos condenados por el asesinato que marcó a Catamarca están en libertad hace varios años, mientras la familia de la adolescente convive con la ausencia irreparable.



Treinta y cinco años después de aquella madrugada del 8 de septiembre de 1990, cuando la vida de María Soledad Morales fue arrancada con violencia y su nombre quedó grabado como símbolo de impunidad, las imágenes que más duelen a su familia no provienen del pasado sino del presente. Es que en las calles de Catamarca caminan como si nada Guillermo Luque Luis Tula, los dos condenados por el crimen. Y lo hacen sin restricciones, como si la historia no los hubiese marcado.

Ambos estuvieron en la cárcel, pero mucho menos de lo que las condenas indicaban. Luque fue sentenciado a 21 años como autor material, aunque solo cumplió 14. Tula, condenado a 9 años como partícipe secundario, recuperó la libertad tras cuatro y medio. Desde entonces, sus caminos siguieron rumbos distintos, pero con un mismo resultado: hoy, viven en libertad y con cierta normalidad.

Luis Tula, del “chivo expiatorio” al abogado en ejercicio

Tenía 29 años cuando su nombre quedó ligado para siempre al caso María Soledad. Obrero de familia humilde, hijo de un sereno de Obras Sanitarias, había empezado una relación con María Soledad que, en realidad, escondía otra cosa: ella, una adolescente de 17 años, lo veía como su gran amor sin saber que estaba casado.

El proceso judicial lo ubicó como “partícipe secundario” del crimen, en medio de versiones de encubrimiento y de presiones políticas que lo colocaron en el centro de la tormenta. Tula siempre sostuvo que fue usado como chivo expiatorio. Aseguró que fue torturado bajo las órdenes del entonces interventor policial Luis Patti, que lo sometieron a picana eléctrica y hasta intentaron colgarlo de un barranco para forzarlo a confesar.

En prisión estudió la carrera de Derecho y se recibió de abogado. Desde 2001, ya en libertad, abrió su estudio jurídico en la avenida Gobernador Galíndez, en San Fernando del Valle de Catamarca. Atiende causas civiles y penales, muchas de ellas vinculadas a abusos sexuales y trata de personas.

En 2019 volvió a aparecer en los diarios locales por una denuncia de violencia y amenazas presentada por su exesposa. Sin embargo, el episodio tuvo escasa repercusión y no interfirió con su vida profesional. 

El hijo del poder que volvió al anonimato

El otro condenado es Guillermo Daniel Luque, hijo del entonces diputado nacional Ángel “Gordo” Luque. En 1998, la Justicia lo encontró culpable de la violación y el homicidio de María Soledad. Su nombre estaba asociado a los círculos más poderosos de la provincia: autos de lujo, estudios de Derecho en una universidad privada y un departamento en Avenida del Libertador.

En prisión no protagonizó episodios resonantes. Salió en libertad tras cumplir dos tercios de la condena y volvió a Catamarca, donde todavía se lo puede ver caminando como un vecino más. En 2019 fue fotografiado en bermuda rosa en pleno centro de la capital provincial, una imagen que para los familiares de la víctima representó un cachetazo de impunidad.

Hoy, su vida es opaca. Lejos del rol protagónico que alguna vez le dio su apellido y su pertenencia a la élite local, es un hombre de bajo perfil, un ciudadano común que va al supermercado, conversa con conocidos en la plaza y se deja ver en reuniones sociales.

La herida abierta de los Morales

Para Ada Rizzardo, la madre de María Soledad, la normalidad con la que ambos se desenvuelven es otra forma de violencia. A sus 76 años, todavía recuerda los días en que ella y su esposo Elías -fallecido en 2016- rechazaron dinero, favores y trabajo para su hijo a cambio de silencio. Eligieron sostener el reclamo de justicia.

Hoy, cada vez que alguno de sus hijos se cruza en la calle con Tula o con Luque, vuelven a sentir la indignación de aquel septiembre de 1990. “Ellos andan como si nada, saludados, abrazados, y nosotros seguimos acá sufriendo”, lamenta Ada.

En el mismo barrio de siempre, rodeada de recuerdos de Sole -sus poemas, sus cuadernos, su uniforme del colegio-, la madre mantiene intacto el compromiso de no claudicar. Reconoce que obtuvo “una justicia a medias” porque muchos responsables del crimen y del encubrimiento nunca fueron juzgados.

A 35 años

El aniversario del crimen volvió a abrir la herida. Mientras se ofician misas y homenajes al costado de la Ruta 38, donde se levantó un santuario en memoria de María Soledad, los dos hombres condenados siguen transitando sus vidas: uno, abogado en ejercicio; el otro, vecino que camina libremente por Catamarca.

El contraste es insoportable para quienes perdieron a una hija, una hermana, una compañera. Treinta y cinco años después, el recuerdo de María Soledad Morales sigue vivo en cada acto de memoria, pero también la sensación de impunidad y bronca porque los condenados por matarla y violarla, con condenas reducidas y privilegios intactos, continúan respirando el aire de libertad.

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