11/09/2025 - Edición Nº947

Internacionales

Amenaza creciente

Fentanilo avanza en Centroamérica: por qué crece la preocupación

09/09/2025 | El narcotráfico aprovecha debilidades institucionales para consolidar el tráfico de opioides en la región.



El fentanilo, considerado el opioide sintético más peligroso del mundo, avanza silenciosamente por el Caribe y Centroamérica. Aunque la magnitud del consumo aún no alcanza los niveles de Estados Unidos, los indicios de tráfico y distribución son cada vez más claros, lo que genera una alarma latente entre las autoridades y sectores sociales. La preocupación es que este fenómeno pueda desbordar a los Estados de la región, cuyos sistemas de salud son frágiles y las instituciones muestran limitadas capacidades de control.

La naturaleza del fentanilo lo convierte en un negocio extremadamente rentable para el crimen organizado, pues se produce a bajo costo, se transporta con facilidad y genera una dependencia casi inmediata en los consumidores. En este escenario, la falta de políticas firmes y el descuido en la vigilancia fronteriza han abierto grietas por las que los cárteles internacionales encuentran vías para expandir su dominio.

Nuevas rutas del narcotráfico

En los últimos años, el Caribe ha sido incorporado como corredor clave en el transporte de drogas, donde islas como República Dominicana y Puerto Rico empiezan a figurar como centros de tránsito. Estas rutas son empleadas por cárteles mexicanos y sudamericanos, que diversifican sus operaciones buscando menos exposición en rutas tradicionales como México o Colombia. La debilidad de los Estados insulares y la escasez de recursos para la vigilancia marítima facilitan este avance.

En Centroamérica, el panorama no es distinto. Países como Honduras y Guatemala muestran un alto grado de vulnerabilidad frente a las redes criminales que han penetrado en las instituciones. Las alianzas entre grupos locales y organizaciones internacionales han fortalecido el flujo del fentanilo, y al mismo tiempo han dejado remanentes de la droga en mercados internos, donde la juventud se convierte en la primera víctima.

Impacto social y sanitario

El ejemplo de Estados Unidos es contundente: más de 70.000 muertes por sobredosis anuales revelan la magnitud del problema. En América Central y el Caribe, los sistemas sanitarios carecen de infraestructura para enfrentar una epidemia de tal magnitud. Los programas de rehabilitación son escasos y, en muchos casos, inexistentes, lo que deja a las familias desamparadas ante la amenaza del consumo.

Además, la ausencia de campañas de prevención efectivas muestra el desinterés de ciertos sectores políticos que suelen priorizar agendas ideológicas antes que problemas concretos de seguridad y salud pública. De continuar esta tendencia, las comunidades más vulnerables serán las primeras en experimentar los estragos de un narcótico que destruye vidas en cuestión de meses.

Respuesta internacional y límites locales

Ante este panorama, organismos como la ONU y la DEA han impulsado la cooperación regional, brindando asistencia técnica y programas de detección temprana. Sin embargo, el éxito de estas iniciativas depende de la voluntad de los gobiernos locales para establecer políticas firmes y efectivas. No basta con recibir recursos externos: es necesario un compromiso serio en materia de control, justicia y prevención.

El problema es que la región enfrenta una escasez crónica de presupuesto, mientras que las organizaciones criminales cuentan con recursos prácticamente ilimitados. En este terreno desigual, la corrupción política y la debilidad institucional actúan como cómplices indirectos del avance del narcotráfico, debilitando aún más la confianza ciudadana en el Estado.

Un peligro latente 

La expansión del fentanilo no solo representa una amenaza sanitaria, sino un reto político que pone a prueba la capacidad de los gobiernos de garantizar orden y seguridad. Un enfoque realista y responsable debe priorizar el fortalecimiento institucional, la inversión en fuerzas de seguridad y la cooperación internacional, evitando soluciones superficiales o ideologizadas.

Si los países del Caribe y Centroamérica no asumen este desafío con decisión, estarán condenados a repetir el escenario devastador que hoy enfrenta Estados Unidos. Solo un Estado fuerte y comprometido con la ley puede frenar a las redes criminales que se benefician del vacío de autoridad y de la indiferencia de las élites gobernantes.