La reciente cumbre de la Organización de Cooperación de Shanghái (OCS) volvió a poner en primer plano la relación triangular entre China, India y Rusia. A primera vista, las imágenes de líderes sonrientes y declaraciones conjuntas sugieren una alianza monolítica contra Occidente. Sin embargo, detrás de los discursos, lo que emerge es una convergencia pragmática, más marcada por necesidades inmediatas que por una visión común de largo plazo.
Para China, la OCS es un escenario ideal para proyectar influencia en Eurasia y contrarrestar la narrativa de un aislamiento impulsado por Estados Unidos. Su diplomacia busca consolidarse como motor del multilateralismo y del Sur Global. Rusia, debilitada por las sanciones occidentales y su dependencia creciente de Pekín, aprovecha el foro para mantener una legitimidad internacional que de otro modo estaría erosionada. En el caso de India, su rol es más ambiguo: busca equilibrar su cercanía a Occidente con un asiento en la mesa euroasiática, ampliando márgenes de maniobra.
Aunque comparten un espacio de cooperación, los tres países mantienen rivalidades históricas y tensiones abiertas, especialmente en la frontera sino-india. El vínculo no es una alianza militar formal ni un pacto de defensa, sino un mecanismo de conveniencia que les permite coordinar en áreas donde coinciden, como la seguridad regional, la energía y el comercio.
El motor principal de esta convergencia es la percepción compartida de que el orden internacional atraviesa un cambio de paradigma. El giro proteccionista de Estados Unidos y la inestabilidad financiera global empujan a estos países a explorar alternativas que reduzcan su dependencia del dólar y refuercen instituciones paralelas.
La OCS no busca reemplazar a Naciones Unidas ni convertirse en un bloque cerrado, sino ofrecer un espacio flexible donde distintos actores puedan cooperar sin exigir alineamientos totales. Es precisamente esta plasticidad la que le otorga atractivo: permite a países con intereses contradictorios encontrar puntos mínimos de coincidencia, como el rechazo a sanciones unilaterales o la defensa de la soberanía nacional frente a injerencias externas.
Este modelo de “multilateralismo a la carta” refleja una tendencia creciente en la diplomacia contemporánea, donde la rigidez de los viejos bloques cede paso a coaliciones cambiantes según el tema o la coyuntura. En ese sentido, la alianza entre China, India y Rusia no debe interpretarse como un frente cohesionado, sino como un laboratorio de cooperación experimental en medio de un orden mundial en transición.
La foto más importante, a nivel geopolítico, de lo que va de década:
— Ma Wukong 马悟空 (@Ma_WuKong) August 31, 2025
🇨🇳 Xi Jinping, 🇷🇺 Vladimir Putin y 🇮🇳 Narendra Modi formando la alianza más potente del nuevo orden mundial. pic.twitter.com/VoLievgk1F
El desafío para esta convergencia es su propia fragilidad. Las tensiones territoriales entre India y China, sumadas al temor de Nueva Delhi a quedar subordinada al eje Pekín-Moscú, ponen límites claros a la profundidad de la alianza. Aun así, todos reconocen que mantener canales de diálogo y coordinación ofrece más beneficios que riesgos.
En definitiva, lo que une a China, India y Rusia no es una visión compartida del futuro, sino la certeza de que ninguno puede enfrentar en soledad los desafíos del presente. Este triángulo geopolítico, lejos de ser sólido, funciona como un puente temporal para transitar una era marcada por la incertidumbre y el reacomodamiento de poder a escala global.