
Axel Kicillof apenas tuvo tiempo de celebrar. Al día siguiente de que Fuerza Patria arrasara en la provincia de Buenos Aires, Cristina Fernández de Kirchner retomó protagonismo con una ofensiva que busca instalarla como garante de unidad y, al mismo tiempo, marcarle la cancha al gobernador.
Su búnker, donde cumple prisión domiciliaria en San José 1111, se convirtió en centro de peregrinación de intendentes y referentes camporistas, que se apuran a atribuirle la victoria del domingo.
La advertencia fue clara: sin ella, no hay triunfo posible. Intendentes como Mayra Mendoza remarcaron que el cierre electoral se logró por la conducción de Cristina, dejando a Kicillof en un segundo plano. Incluso recordaron errores en el armado de listas a través de PARTE, la estructura ligada a Alberto Fernández, como una forma de remarcar las tensiones persistentes.
El gobernador, que venía de crecer en imagen positiva, quedó atrapado entre la presión de Cristina y el desafío de emanciparse de los funcionarios nacionales que todavía copan áreas de su gestión. En paralelo, dirigentes como Sergio Massa intentan reposicionarse dentro del espacio, mientras La Cámpora insiste en que “la unidad la garantizó Cristina”.
En la vereda opuesta, la derrota bonaerense también desató reacomodamientos. Con críticas internas a Sebastián Pareja y a los coordinadores del armado, Karina Milei avanzó con la creación de una mesa política provincial.
La secretaria general convocó a intendentes y referentes como Ramón Lanús, Diego Valenzuela, Cristian Ritondo, José Luis Espert, Diego Santilli y Guillermo Montenegro, en un intento por ordenar la tropa libertaria de cara a octubre.
El movimiento recuerda a los experimentos de mesas amplias que ensayaron Mauricio Macri y Fernando de la Rúa, con resultados dispares. “Espero que hagan cambios, soy optimista”, deslizó uno de los convocados. La pregunta es si se animarán a tocar a los responsables del tropiezo electoral o si todo quedará en un simple gesto de contención.
Lo que muestran ambos espacios, oficialista y opositor, es que la elección del 26 de octubre ya no se juega solo en la calle o en las urnas, sino en los laberintos internos del poder. Y allí, tanto Cristina Fernández de Kirchner como Karina Milei saben que el margen de error es mínimo.