
En la política argentina actual hay tres fracciones relevantes. Por un lado, quienes habitan la grieta: el kirchnerismo y el mileísmo, que no deja de ser la etapa radicalizada de lo que alguna vez fue el PRO. Por otro lado, los gobernadores, que ensayan una estrategia diferente: hacer política como si vivieran en otro tiempo y en otro espacio, con otros códigos, con otros historiales. El escenario de tercios que Cristina Kirchner anticipó en 2023 —kirchnerismo, mileísmo y PRO— se concentró hoy en dos mitades. Y la palabra “concentración” no es casual: la grieta convoca cada vez a menos gente. La caída de la participación electoral, que en la Provincia de Buenos Aires llegó al 61%, es el mejor indicador de este hartazgo. Milei, aun declarándose antisistema, no es más que la última expresión del mismo juego: rasgos formales del kirchnerismo explícito, políticas públicas de ultramacrismo.
La primera mayoría real ya no son los votantes de uno u otro polo, sino los que no votan. Incluso la llamada “paliza” en la Provincia tiene sus límites: el 47% de Fuerza Patria sobre un 61% de participación no llega a representar ni al 30% del padrón. El 39% que decidió no votar es hoy la primera mayoría de la política argentina. Nunca hubo 100% de participación, es cierto. Pero la caída sostenida demuestra que el juego de la grieta cada vez interesa a menos argentinos. Lo que se presenta como victoria contundente es, en el fondo, apenas un triunfo dentro de un juego chico.
En ese marco, la pregunta clave es qué harán los gobernadores. ¿Seguirán orbitando alrededor de la grieta, eligiendo entre un lado u otro, o se animarán a consolidar una identidad propia? La experiencia del Grito Federal mostró que, cuando se trata de defender recursos y discutir el presupuesto, el federalismo sigue siendo una fuerza de peso. El renacimiento del Ministerio del Interior, que Milei puso en funciones para tender puentes, es prueba de que el oficialismo sabe que necesita a los gobernadores. Pero al mismo tiempo, los insultos, ninguneos y desplantes que el propio Milei les dedicó marcan un límite: la confianza rota no se recompone con simbolismos ni con pactos grandilocuentes. La política federal se negocia con presupuesto, y si no hay plata, no hay perdón.
En paralelo, surge la incógnita de qué hará Fuerza Patria con los gobernadores. ¿Buscará una alianza pragmática o insistirá en la centralización? La provincia de Buenos Aires, como epicentro electoral y político, parece tentada a proyectarse sobre todo el mapa. Pero un país tan vasto no se gobierna desde un solo distrito. Y ahí está el desafío: si los gobernadores logran sostenerse como un tercer actor estable, podrán no solo resistir la lógica de la grieta, sino transformarla. Si se resignan a elegir entre uno u otro polo, apenas volverán a ser piezas en un tablero ajeno.
Lo que se juega de acá a 2027 no es solo quién gana la elección, sino si Argentina seguirá prisionera de una grieta que convoca a menos y menos, o si las provincias podrán imponer otra lógica. El presente muestra que los consensos nacionales no se arman en la capital; ni Buenos Aires en su conjunto. Tampoco en las redes sociales. De algun modo todo el país pide cada vez más que las mesas largas de gobernadores decidan presupuesto, obra pública y tengan poder real.