
El 16 de septiembre de 1955 marcó un antes y un después en la historia argentina. Ese día se puso en marcha el golpe militar que derrocó a Juan Domingo Perón y abrió un ciclo de proscripciones, violencia política y represión que se prolongaría por casi dos décadas.
La masacre previa del 16 de junio, con más de 300 muertos tras el bombardeo de la Plaza de Mayo, estaba demasiado fresca en la memoria del pueblo y del propio presidente. El riesgo de nuevos ataques, incluso sobre la destilería de YPF en Ensenada, terminó por quebrar la resistencia. Perón entendió que los golpistas eran capaces de todo.
Los sublevados, encabezados por Eduardo Lonardi y el almirante Isaac Rojas, actuaron con coordinación y brutalidad. El discurso del “5 x 1” de Perón, pensado para disciplinar a la oposición, solo aceleró la conspiración. La propia interna del Ejército facilitó la jugada: mientras algunos generales se mantenían leales, otros preferían negociar su salida antes que sostener la confrontación abierta.
El trasfondo político era claro. La ruptura con la Iglesia, el intento de concesión petrolera a la Standard Oil y la creciente tensión con sectores medios y opositores habían aislado al Gobierno. Perón buscó pacificar, pero cada gesto fue interpretado como debilidad. La oposición aprovechó para radicalizar su ofensiva, y la sociedad civil, cansada de giros bruscos, quedó en el medio de una disputa que se resolvió por la fuerza.
La salida del presidente, a bordo de una cañonera paraguaya, fue el inicio de un largo exilio. Su renuncia ambigua, leída como definitiva, sirvió de carta de triunfo para los militares que hablaban en nombre de la “libertad”. El saldo inmediato fue trágico: más de 150 muertos en choques y represiones. El saldo histórico, aún mayor: la democracia interrumpida por casi 20 años y el peronismo proscripto, lo que incubó más violencia.
Setenta años después, el golpe del 55 no solo es recordado como la caída de un gobierno, sino como el comienzo de una grieta estructural en la Argentina moderna. El peronismo sobrevivió en la clandestinidad y en el exilio de su líder, mientras los vencedores sentaron un precedente: cuando las urnas no los favorecen, siempre queda el camino de las armas.