
Muamar el Gadafi no fue solo el hombre fuerte que gobernó Libia con puño de hierro durante más de cuatro décadas. Detrás de su imagen de líder revolucionario, construyó en secreto una de las mayores fortunas personales jamás registradas, calculada en alrededor de 200.000 millones de dólares, cifra que superaba con creces la riqueza de los principales empresarios tecnológicos del mundo.
El camino hacia ese imperio comenzó en 1969, cuando, con apenas 27 años, encabezó un golpe de Estado que derrocó al rey Idris I. Prometió igualdad, justicia social y una nueva era para Libia, un país que contaba con las mayores reservas de petróleo de África. En la década de 1970, los ingresos por hidrocarburos se dispararon: miles de millones de dólares fluían cada año hacia las arcas del Estado.
Pero gran parte de ese dinero nunca se tradujo en mejoras estructurales para la población. En cambio, se desvió a cuentas en Suiza, Dubái y paraísos fiscales, mientras se multiplicaban inversiones en bancos de Wall Street y participaciones en empresas energéticas europeas. Investigaciones posteriores revelaron que Gadafi controlaba:
Carteras por 30.000 millones de dólares en Goldman Sachs y otras firmas financieras.
Propiedades en barrios exclusivos de Londres, como Mayfair.
Acciones en el gigante petrolero italiano ENI.
Un fondo soberano oficial de 70.000 millones de dólares, aunque se sospechaba que esa cifra era apenas la “visible”.
El dictador no ocultaba su gusto por el lujo. Poseía un avión Airbus de 100 millones de dólares con interiores bañados en oro, villas repartidas por toda Europa y una peculiar tienda beduina forrada en seda que montaba en sus viajes internacionales, transportada en un avión de carga exclusivo.
Sin embargo, sus reservas secretas no solo financiaban extravagancias personales. Con ellas apoyó guerras en África, grupos rebeldes en distintos países y redes de influencia política en el extranjero. Para Gadafi, el dinero era un arma tan poderosa como sus fuerzas armadas. En 2011, tras su caída y asesinato durante la guerra civil, la ONU logró congelar activos libios por unos 67.000 millones de dólares. Pero los investigadores concluyeron que al menos 100.000 millones habían desaparecido en operaciones opacas y nunca fueron recuperados.
El costo para Libia fue devastador: una riqueza que habría podido modernizar el país, construir escuelas, hospitales e infraestructura, terminó sosteniendo un régimen autoritario. La fortuna secreta de Gadafi no solo lo convirtió en el dictador más rico de la historia, sino en un símbolo de cómo el petróleo, mal administrado, puede alimentar tanto la opulencia personal como la ruina nacional.