
En Argentina estamos acostumbrados a que exista una relación de tensión entre las instituciones y la expresión popular en la calle. Pero hoy ocurrió lo contrario: la calle y las instituciones se pusieron de acuerdo. Mientras miles de estudiantes, docentes, jubilados y trabajadores de la salud marchaban para exigir presupuesto, la Cámara de Diputados rechazaba dos de los vetos más polémicos de Javier Milei: el que había frenado la ley de financiamiento universitario y el que recortaba fondos al Hospital Garrahan.
Los números son contundentes. La Emergencia Pediátrica se ratificó con 181 votos a favor, 60 en contra y una abstención. La ley universitaria, con 174 votos a favor, 67 en contra y dos abstenciones. Esos guarismos superaron con holgura los dos tercios necesarios para insistir con las normas previamente sancionadas, y dejaron al oficialismo aislado, acompañado solo por su bloque y un puñado de aliados circunstanciales.
El mensaje en la calle es claro: la universidad pública y la salud pediátrica son intocables. Se escucha en las consignas, bombos y pancartas. Adentro, se plasma en los votos. Si esos votos reflejan una real convicción compartida de la importancia de la salud y la educación pública o se mezclan estas convicciones con votos castigo a la forma de hacer política de Milei, no queda del todo claro. Elijamos creer hoy que la coincidencia refuerza la idea de que, frente a ciertos derechos básicos, la representación política puede y debe alinearse con lo que la sociedad reclama.
Lo que queda en evidencia, más allá del resultado puntual, es que Milei enfrenta los límites de una estrategia que pretendió construir poder desde el veto y la imposición. Gobernar a fuerza de rechazos, insultos y decretos puede mostrar músculo en el corto plazo, pero genera una acumulación de rencores que en algún momento estallan en bloque. Y eso fue lo que pasó hoy: desde el PRO hasta el kirchnerismo, pasando por el radicalismo y los gobernadores, se alinearon para decirle que no.