
Mariángeles Bellusci es embajadora argentina en Azerbaiyán, un país clave del Cáucaso que limita con Rusia, Irán, Armenia, Georgia y el mar Caspio. Una nación petrolera en el centro de las tensiones geopolíticas más calientes del mundo. Pero al escuchar a la representante argentina, uno creería que se trata de un catálogo turístico o de una charla de café sobre tomates y shopping.
En una entrevista radial al sitio campeones.com.ar, Bellusci arrancó casi como maestra de primaria: “En castellano es Bacu, en inglés es Bakú”. Y enseguida confesó que “uno dice Azerbaiyán y todo el mundo dice ¿a dónde te vas?”. Lo cierto es que quienes parecen no tener claro dónde están parados son ella y su equipo diplomático ya que al decir esto evidencia la invisibilidad del país y de su trabajo en la mente argentina.
Por otra parte, cuando le preguntan sobre la situación política o la economía local, la embajadora titubea y deriva hacia frases de souvenir que la dejan aún más en ridículo:
“Tenemos nueve climas distintos en un país del tamaño de San Juan”.
“Te sale más barato llenar el tanque del auto que comprar una ensalada con tomate”.
“Los mejores tomates del planeta… los italianos están locos con los tomates de acá”.
Mientras tanto, según reveló NewsDigitales, la embajada funciona como caja registradora de privilegios: la embajadora cobra un salario millonario en dólares y su esposo, el ministro Víctor Enrique Marzari, contratado en la misma sede y designado como encargado de negocios, también figura en la nómina oficial. Todo muy casual, todo muy familiar, con dos sueldos en verde que contrastan con la pobreza en la Argentina y con la frivolidad de frases como: “Los palos borrachos costaron una fortuna para traerlos y en invierno les ponen un corset para que no se mueran”.
El edificio diplomático, lejos de la austeridad, cuenta con terraza y gimnasio con vista al circuito urbano de Fórmula 1. Allí la propia Bellusci se permitió bromear: “Estamos en la terraza de la embajada… desde el gimnasio en el tercer piso también se ve la pista de Fórmula 1”. Y completó la postal VIP para el Gran Premio de Azerbaiyán: “Capaz que transmitimos desde el balcón de la embajada, si no desde el gimnasio”.
El resultado es una embajada que brilla apenas 15 minutos al año, cuando los autos de Ferrari, Red Bull o Mercedes rugen frente a sus ventanas. El resto del calendario, la diplomacia argentina en Bakú parece reducida a paseos por el centro comercial -donde la embajadora admite en la intimidad a sus invitados ser fanática de las imitaciones de marcas de lujo que venden en la zona- y a relatos naïf sobre el mármol de los túneles o la extravagancia del petróleo.
Mientras Azerbaiyán disputa poder con Rusia, Irán y Turquía en un tablero geopolítico explosivo, la voz oficial de la Argentina se pierde entre tomates, palos borrachos y balcones con vista al Gran Premio de F1. Una diplomacia de vitrina, cara y frívola, que retrata más un turismo subsidiado que un proyecto de política exterior.