
La decisión de León XIV de permitir la celebración de la Misa tridentina en la Basílica de San Pedro marcó un hito trascendental en la vida de la Iglesia. El anuncio se produjo en el marco de las actividades del Jubileo 2025, y autorizó que la peregrinación Ad Petri Sedem celebre con el misal de 1962, un hecho que hasta ahora había estado vedado en el principal templo del catolicismo.
El permiso, que tendrá su punto culminante el 25 de octubre con una liturgia solemne presidida por el cardenal Raymond Burke, es interpretado como un gesto de apertura y reconciliación hacia los fieles que han mantenido vivo el apego al rito antiguo. Para muchos, representa un signo de valentía pastoral que reafirma la universalidad de la Iglesia y su capacidad de integrar sensibilidades diversas.
El rito tridentino nació en el siglo XVI tras el Concilio de Trento y fue durante siglos la forma ordinaria de la liturgia en Occidente. Con la reforma del Concilio Vaticano II en los años sesenta, el Novus Ordo pasó a ocupar el lugar central, dejando al misal de 1962 como una práctica limitada. En 2007, Benedicto XVI había ampliado el acceso a esta forma litúrgica, pero en 2021 Francisco restringió severamente su uso a través del motu proprio Traditionis custodes.
Desde entonces, las peregrinaciones tradicionales fueron derivadas a templos menores de Roma y la Basílica de San Pedro quedó cerrada a estas celebraciones. El cambio introducido por León XIV, sin derogar formalmente las normas previas, representa por tanto un giro de notable simbolismo, especialmente en un contexto de creciente polarización litúrgica.
Entre los grupos tradicionalistas, la autorización fue recibida con entusiasmo. Organizaciones como Una Voce la calificaron como un “signo de esperanza” y como un paso hacia la unidad entre la Iglesia y los fieles que se sienten marginados por las reformas posconciliares. Para muchos, se trata de un reconocimiento al valor estético, espiritual y vocacional del rito antiguo.
Si bien algunos sectores reformistas manifestaron reservas, la decisión es vista en amplios círculos eclesiales como una oportunidad para tender puentes y superar divisiones históricas. Varios teólogos subrayan que este gesto pastoral no busca retroceder respecto al Vaticano II, sino ensanchar el horizonte de inclusión dentro de la Iglesia.
La celebración en San Pedro tendrá un impacto simbólico de alcance mundial. El hecho de que la basílica más importante de la cristiandad albergue nuevamente una Misa tridentina refuerza la visibilidad de esta corriente dentro de la Iglesia. Se estima que otras diócesis podrían reconsiderar sus restricciones, al menos de forma temporal durante el Jubileo, lo que abriría espacios antes impensados para este tipo de liturgias.
A corto plazo, se espera que aumenten las solicitudes de permisos en distintas conferencias episcopales. Sin embargo, la Santa Sede aclaró que la decisión de León XIV se entiende como un indulto particular y no como un cambio normativo universal, lo que confirma la prudencia del Papa para combinar flexibilidad con disciplina.
La medida coloca al Papa en el rol de mediador y constructor de unidad. León XIV busca proyectar un mensaje de comunión y sinodalidad, mostrando que la diversidad puede convivir bajo un mismo techo espiritual. El equilibrio entre apertura y orientación pastoral será clave en los próximos meses para consolidar la cohesión eclesial.
Al mismo tiempo, se abre un debate positivo sobre la formación del clero y la preparación pastoral. Celebrar con el misal de 1962 requiere competencias lingüísticas y litúrgicas específicas, lo que puede enriquecer la preparación de los sacerdotes y ampliar el horizonte de los fieles en la experiencia de lo sagrado.
Para quienes quisieran conocer un poquito más sobre la Misa Tradicional o Misa Tridentina, una explicación razonable:
— Mαr Mounier 🌐 (@elhigadodmarita) May 28, 2025
(Dale RT, quizá alguien lo necesite mirar) pic.twitter.com/xm3gaRdCqu
El regreso de la Misa tridentina a San Pedro representa un gesto de reconciliación histórica, con capacidad de sanar heridas y fortalecer la identidad católica en su pluralidad. Al mismo tiempo, revela la madurez de una Iglesia que asume su tradición sin miedo y la ofrece como un patrimonio vivo al servicio de la fe.
En el mediano plazo, el episodio será recordado como una prueba de liderazgo para León XIV. Si logra convertir este permiso en un camino de unidad, habrá dado un paso decisivo para fortalecer la comunión universal. El reto, más que evitar tensiones, será transformar la diversidad litúrgica en una riqueza compartida que impulse a la Iglesia hacia el futuro.