
La muerte de Assata Shakur, exintegrante del Black Liberation Army, marca el cierre de una de las historias más polémicas de la lucha política y racial en Estados Unidos. Shakur, nacida JoAnne Deborah Byron en 1947, falleció en La Habana, Cuba, a los 78 años, según confirmó la Cancillería cubana. Su vida estuvo atravesada por la militancia, la persecución judicial y un exilio que se extendió durante más de cuatro décadas.
Su caso se convirtió en un símbolo de las tensiones de los años setenta en Estados Unidos, una época en la que los movimientos de liberación negra se enfrentaban a un sistema político y judicial marcado por la segregación y el racismo. Shakur fue condenada por el asesinato de un policía en Nueva Jersey en 1977, pero siempre denunció que el proceso judicial estuvo plagado de irregularidades y sesgos raciales. En 1979, logró escapar de prisión y se refugió en Cuba, donde recibió asilo político en 1984.
La trayectoria de Shakur estuvo ligada a la Black Liberation Army (BLA), organización armada surgida de las fracturas del movimiento por los derechos civiles. Su vinculación con el tiroteo en la autopista de Nueva Jersey en 1973, que terminó con la muerte del policía Werner Foerster, definió su destino. Mientras los tribunales la responsabilizaron directamente, ella sostuvo hasta el final su inocencia, argumentando persecución política.
La fuga de prisión en 1979 la transformó en una figura incómoda para las autoridades estadounidenses. Desde entonces, se convirtió en un objetivo prioritario para el FBI, que en 2013 la incluyó en la lista de “terroristas más buscados”, siendo la primera mujer en recibir esa clasificación. Washington ofrecía hasta dos millones de dólares de recompensa por información que permitiera su captura.
El arribo de Shakur a Cuba fue uno de los capítulos que agudizó la tensión bilateral entre Washington y La Habana. El gobierno cubano le otorgó asilo político, justificando la decisión en que era víctima de una persecución por motivos raciales y políticos. A lo largo de las décadas, su presencia fue un recordatorio constante de las diferencias irreconciliables entre ambos países.
Cada intento de acercamiento diplomático entre Estados Unidos y Cuba tropezó con este caso. Las autoridades estadounidenses reclamaron repetidamente su extradición, mientras La Habana sostuvo su derecho a brindarle protección. De esta manera, Shakur se transformó en un símbolo de resistencia para algunos y en un recordatorio de impunidad para otros.
Más allá de su condición de prófuga, Assata Shakur fue elevada al rango de ícono cultural en sectores afroamericanos. Su historia inspiró canciones, libros y discursos que la presentaban como víctima de la represión estatal. Su vínculo con el rapero Tupac Shakur, a quien muchos llamaban su madrina, reforzó su presencia en la cultura popular y consolidó su imagen de luchadora contra el sistema.
Sin embargo, del otro lado de la balanza, organizaciones policiales y sectores conservadores recordaban constantemente su condena y señalaban el dolor persistente de la familia del agente asesinado. En ese contraste se forjó una figura que, incluso tras su muerte, seguirá siendo objeto de controversia en Estados Unidos.
Con su fallecimiento, anunciado oficialmente por Cuba el 25 de septiembre de 2025, se cierra un capítulo que había permanecido abierto durante más de 40 años. Para algunos, la noticia representa el final de una injusticia; para otros, el cierre de una herida que nunca terminó de cicatrizar. La ausencia de un parte médico detallado sobre las causas de su muerte deja, no obstante, interrogantes que probablemente nunca se aclaren del todo.
Lo cierto es que la vida de Assata Shakur sintetiza los dilemas de una generación marcada por la violencia política, el racismo institucional y la búsqueda de justicia social. Su nombre seguirá dividiendo opiniones, oscilando entre el reconocimiento como símbolo de resistencia y la condena como criminal prófuga.
Assata Shakur has passed away at age 78 in Havana, Cuba, according to Cuba’s Ministry of Foreign Affairs.
— The FADER (@thefader) September 26, 2025
Shakur was a prominent political activist, known for her involvement with the Black Panther Party and the Black Liberation Army. In 1973 Shakur was convicted of killing a… pic.twitter.com/sUhntfMtfB
El fallecimiento de Shakur no solo tiene valor histórico, sino también político. La relación entre Cuba y Estados Unidos pierde un punto de fricción que durante décadas alimentó tensiones diplomáticas. Sin embargo, persisten las memorias encontradas de un país que aún debate su pasado de represión, desigualdad y violencia política.
La figura de Shakur permanecerá en la memoria colectiva como un espejo incómodo de la historia estadounidense reciente. Su legado invita a reflexionar sobre los límites de la justicia, el papel de la resistencia y las heridas aún abiertas en torno a la lucha por los derechos civiles.