
El nuevo presidente de Siria, Ahmed Hussein al‑Sharaa, mejor conocido por su alias de guerra Abu Mohammad al‑Julani, representa uno de los giros más dramáticos en la política contemporánea de Oriente Medio. A sus 43 años, pasó de ser una figura central en la insurgencia islamista a consolidarse como jefe de Estado, tras el colapso del régimen de Bashar al‑Asad en 2024. Su ascenso plantea interrogantes profundos sobre el futuro del país y la legitimidad de un liderazgo marcado por sus raíces yihadistas.
Al‑Sharaa nació en 1982 y se vinculó desde joven con movimientos islamistas. Se cree que luchó junto a Al Qaeda en Irak durante la ocupación estadounidense, experiencia que le permitió adquirir contactos y prestigio en redes jihadistas. En 2012 fundó el Frente al‑Nusra, brazo oficial de Al Qaeda en Siria, organización que pronto se convirtió en una de las facciones más poderosas de la guerra civil.
Bajo su liderazgo, al‑Nusra libró feroces combates contra el régimen de Damasco y contra facciones rivales, incluyendo al autoproclamado Estado Islámico. En 2016, en medio de disputas internas y presiones internacionales, al‑Sharaa anunció una ruptura formal con Al Qaeda y reorganizó sus fuerzas bajo el nombre de Hay’at Tahrir al‑Sham (HTS). El cambio buscaba proyectar una imagen más “nacionalista” y menos vinculada al terrorismo global, aunque gran parte de la comunidad internacional siguió considerando a HTS como una evolución del mismo núcleo jihadista.
Aun así, HTS consolidó control sobre amplias zonas del noroeste sirio, instaurando administraciones locales, recaudando impuestos y ofreciendo servicios básicos. Esa experiencia de gobierno en la sombra fue un preludio de lo que vendría tras la caída de Assad.
Con el vacío de poder en Damasco, al‑Sharaa emergió como figura de transición y finalmente fue proclamado presidente en 2025. Sus defensores lo presentan como un líder pragmático, capaz de pasar del campo de batalla a la arena política, y como alguien dispuesto a reconstruir un país devastado por más de una década de guerra. Sin embargo, sus críticos recuerdan su pasado como combatiente de Al Qaeda y advierten que su “moderación” puede ser solo una estrategia temporal.
En Estados Unidos y Europa, organismos oficiales continúan clasificando a HTS como grupo terrorista, lo que plantea un dilema diplomático: ¿cómo tratar a un jefe de Estado que, hasta hace poco, encabezaba una organización considerada enemiga? A esto se suma la controversia de su reciente participación en la Asamblea General de la ONU, donde se reunió con líderes occidentales y hasta con el general estadounidense David Petraeus, quien décadas atrás lo había detenido en Irak.
La presidencia de al‑Sharaa se enfrenta a múltiples desafíos: lograr el reconocimiento internacional, garantizar seguridad en un país fragmentado y responder a las acusaciones de violaciones a los derechos humanos cometidas por las fuerzas que comandó. Para la población siria, la incógnita es si su gobierno podrá superar la herencia autoritaria de Assad o si perpetuará nuevas formas de represión bajo un barniz distinto.
While Ahmed Al Sharaa visits the U.S., a media campaign kicks off in NYC with ad trucks screening documentaries on Syria’s recent massacres. pic.twitter.com/8BbYgzA7fp
— Greco-Levantines World Wide (@GrecoLevantines) September 23, 2025
El ascenso de Ahmed al‑Sharaa sintetiza la paradoja siria: un país donde un exlíder de Al Qaeda se convierte en presidente en busca de legitimidad global. Su pasado lo persigue y condiciona cada movimiento, mientras sus promesas de reconstrucción y reconciliación son vistas con desconfianza por gran parte de la comunidad internacional. El futuro de Siria dependerá de si al‑Sharaa logra transformar su trayectoria jihadista en un proyecto político real o si su mandato quedará marcado como otro capítulo de guerra, coerción y radicalismo en la historia de Medio Oriente.