28/09/2025 - Edición Nº964

Opinión


Triple crimen

Apunte sobre el mal

28/09/2025 | “—¿Qué por qué soy quien soy? Qué sé yo. ¿Por qué me encañonás si yo no te hice nada? Qué sé yo. Así son las cosas. No se pueden explicar. No vienen con un manual. ¿Eso es lo que te enferma tanto?” Perversidad de Marco Mizzi



El país amaneció con una escena de espanto, tres jóvenes desaparecidas en La Matanza aparecieron días después descuartizadas en una casa de Florencio Varela. Las crónicas describieron bolsas negras, olor a lavandina, manchas de sangre, vecinos que callaron hasta que fue tarde y familias destrozadas. Los medios se enfocaron en los cuerpos, en los detalles mórbidos, en la condición de las víctimas, como si la sociedad necesitara regodearse en lo atroz para convencerse de que verdaderamente había entendido lo sucedido. Pero lo que siempre queda fuera de foco es el victimario. Todo el énfasis recae en las víctimas, en su juventud, en lo que hacían o dejaban de hacer. Se repite una palabra —“femicidio”— como fórmula para encuadrar lo incomprensible. Una categoría que ordena el horror en el lenguaje, pero ¿qué vocablo puede domesticar un acto de semejante crueldad? ¿Qué marco teórico alcanza para describir el sadismo de quienes matan, descuartizan y disponen de cuerpos como si fueran basura?

 

Fernando “El lechuga” Pérez Algaba descuartizado en Lomas de Zamora en 2024

Fernando “El lechuga” Pérez Algaba descuartizado en Lomas de Zamora en 2024

Lo inquietante de este crimen es lo que encarna, es aquello que como sociedad elegimos no mirar, la tolerancia que hemos desarrollado a realidades que degradarían a cualquier ser humano. La aparición de un sujeto social emergente, una lumpenización cruda. Cerebros deformados por la miseria, arrasados por el narcotráfico, reclutados y adoctrinados en el odio y la violencia como forma de vida. Barrios donde ya no hay futuro ni lazos solidarios, donde la autoridad la ejerce el narco y la violencia se vuelve lenguaje común. Allí, el respeto no lo obtiene el trabajador, sino el que exhibe más brutalidad. La aspiración no es progresar, sino sobrevivir un día más, aunque sea a costa de otros.

 

Santiago Nicolás Alcocer de18 años asesinado, quemado y descuartizado en 2023

No es la decadencia entendida como nostalgia por un pasado mejor, sino como presente sórdido de comunidades olvidadas y en plena descomposición. No hablamos solo de pobreza o exclusión, sino de algo más corrosivo. Allí, matar no responde a un cálculo económico ni a una racionalidad política. No es la violencia “instrumental” de quien roba o disputa un territorio. Es otra cosa. Es la violencia sin finalidad, la crueldad como fin en sí mismo. La muerte exhibida, compartida en videos de TikTok como si fuera un juego. La perversidad asumida como práctica cotidiana. Frente a eso, lo único relativamente honesto es reconocer la falta de comprensión: no entender para no trivializar

Frente al mal

Lo que estalla en este crimen es algo más hondo. Ni el patriarcado ni el capitalismo, aunque existan como estructuras de fondo, alcanzan para nombrar lo ocurrido. Hay algo peor, algo irreductible: el mal, en estado puro. No se trata de negar la perspectiva de género, sino de subrayar que la violencia aquí es de otra magnitud, brutal, sin racionalidad alguna. Algunos acuden a la última bibliografía de moda, otros a nuevas teorías culturales o psicoanalíticas, best sellers editoriales. Pero la verdad es que no hay teoría ni sociología urbana que alcance para nombrar el momento exacto en el que un grupo de asesinos decide convertir la vida de tres jóvenes en un espectáculo de tortura y descuartizamiento.

La teoría protege porque encierra lo incomprensible en una palabra. Pero esa protección también es un autoengaño. Nos hace creer que entendemos e incluso controlamos lo que en realidad desborda toda comprensión. El problema no es el concepto, sino la complacencia de creer que basta con el concepto. Y ahí está el punto: Frente a esto se alzan respuestas institucionales de lo que falló. Como si dependiera de una formación cívica, un protocolo nuevo, una perspectiva de algo o un derecho humano que falto explicar. Todas cosas importantes, todas necesarias tal vez, pero todas insuficientes porque lo que tenemos enfrente es el mal. Y contra eso no alcanzan talleres, capacitaciones, ni rondas para mirarse a los ojos porque el mal no busca redimirse.

Perversidad, horror y espanto.

Muchas tradiciones filosóficas han intentado pensar el mal. San Agustín lo vio como ausencia de bien. Kant lo definió como inclinación radical de la voluntad. Hannah Arendt habló de la banalidad del mal, esa violencia burocrática que se esconde en la rutina administrativa. Pero lo que enfrentamos en este triple crimen no es la banalidad. No es la oficina gris de Eichmann, ni el expediente que ordena una masacre a miles de kilómetros de distancia. Es el mal salvaje, el mal sin cálculo pero calculado, el mal que goza en la destrucción. No es vacío, es exceso. No es ausencia de bien, es crueldad obscena. Ese mal ya no es una postal exótica. Nace en nuestras propias calles, en nuestros propios barrios.

Mientras discutimos etiquetas, los cuerpos aparecen en bolsas negras o maletas de viaje. Mientras debatimos teorías, la violencia se sigue esparciendo con impunidad. Mientras buscamos consuelo en el lenguaje, el narco sigue operando, silencioso y brutal. No se trata de entenderlo, sino de combatirlo. De no banalizarlo. De no permitir que se vuelva parte del paisaje o un fetiche conceptual.

Este triple crimen no es solo una tragedia individual ni un hecho policial. Es un recordatorio oscuro de lo que somos capaces de naturalizar como sociedad. Un espejo deformado que nos muestra hasta dónde puede llegar la decadencia cuando el futuro se evapora y la vida pierde sentido. Y enfrentarlo exige, antes que nada, la voluntad de hacerlo verdaderamente.

 

Morena Verdi (20), Brenda del Castillo (20 años) y Lara Gutiérrez (15)