Vrindavan, situada a orillas del río Yamuna y a 150 kilómetros de Nueva Delhi, es uno de los destinos espirituales más importantes de la India. Cada día, miles de peregrinos llegan para rendir culto al dios Krishna, símbolo del amor eterno en el hinduismo. Sin embargo, detrás de los templos y los rituales, la ciudad alberga a unas 20.000 viudas desterradas por sus familias, condenadas a la pobreza, la exclusión y el olvido.
En la tradición india, la viudez ha sido durante siglos considerada un estigma. Las mujeres que pierden a sus esposos suelen ser vistas como portadoras de mala suerte, despojadas de bienes, excluidas de ceremonias familiares y obligadas a abandonar sus hogares. Vrindavan se convirtió así en el refugio de aquellas que no tienen otra opción para sobrevivir.
La marginación tiene raíces históricas profundas. Hasta el siglo XIX existió el sati, práctica en la que la viuda debía inmolarse en la pira funeraria del marido. Aunque fue prohibida en 1829, la idea de que la vida de una mujer pierde valor sin un esposo persiste en algunas regiones. Hoy, la condena es simbólica: la exclusión social reemplaza la muerte física.

En la ciudad, las mujeres visten de blanco —color del luto— y sobreviven en ashrams saturados, donde reciben comida y techo a cambio de entonar cantos religiosos durante largas horas. Muchas dependen de la mendicidad o realizan trabajos precarios, sin acceso a educación, salud ni pensiones. La precariedad y el hacinamiento en estos refugios evidencian la magnitud del abandono. El Estado les promete pensiones y asistencia médica, pero como la mayoría no sabe leer ni escribir y nunca les enseñaron a reclamar sus derechos, casi ninguna recibe esa ayuda. Incluso la atención médica suele ser denegada porque se asume que “no lo merecen”.
Se calcula que en toda la India hay más de 40 millones de viudas. Algunas organizaciones locales intentan ofrecer alternativas, mediante talleres de artesanía, alfabetización y participación en festivales religiosos. Sin embargo, la mayoría permanece invisible para el Estado y la sociedad.
Vrindavan refleja una paradoja: mientras los peregrinos celebran el amor divino, miles de mujeres que alguna vez amaron y perdieron sobreviven relegadas, privadas de derechos básicos y condenadas a la marginación perpetua.