
El Índice de Confianza en el Gobierno (ICG) elaborado por la Universidad Torcuato Di Tella marcó en septiembre una nueva caída y perforó la barrera de los 2 puntos por primera vez en la gestión de Javier Milei. El registro se ubicó en 1,94 puntos, con un retroceso del 8,2 % intermensual y del 10 % interanual, convirtiéndose en el nivel más bajo desde diciembre de 2023.
El desplome se explica en parte por el impacto del caso de presunta corrupción en la Agencia Nacional de Discapacidad (ANDIS) y por la derrota de La Libertad Avanza en las elecciones de la provincia de Buenos Aires a principios de septiembre. Ambos factores golpearon de lleno en la percepción pública sobre la honestidad y la capacidad de gestión del oficialismo.
Los cinco subíndices que mide el ICG también mostraron caídas significativas: la honestidad de los funcionarios se redujo un 3,7 %, la capacidad para resolver problemas un 3,1 %, la eficiencia del gasto público un 11,2 %, la evaluación general del gobierno un 11,5 % y la preocupación por el interés general un 15,1 %. En conjunto, reflejan un deterioro transversal del vínculo entre la ciudadanía y la administración nacional.
A menos de un mes de las legislativas, la caída de confianza representa un desafío estratégico. Históricamente, este índice funciona como un termómetro que anticipa el humor social y la performance electoral de los gobiernos. Llegar a octubre con un nivel de apoyo tan bajo en la opinión pública amenaza con condicionar la capacidad de Milei para sostener su programa político y económico en el Congreso.
El escenario se complica aún más con encuestas privadas que muestran una imagen presidencial en descenso. Estudios recientes ubican la aprobación en torno al 43 % y la desaprobación cerca del 54 %, la cifra más alta desde el inicio de su mandato. A eso se suman la volatilidad cambiaria, la pérdida de reservas del Banco Central y la incertidumbre por la inflación.
De aquí a las elecciones, el Gobierno intentará recomponer confianza con gestos políticos y apoyos externos. Sin embargo, los márgenes de maniobra se estrechan: cada error o nuevo escándalo puede amplificar el desgaste y volcarse directamente en las urnas. La incógnita central es si el oficialismo logrará frenar la pendiente antes del 26 de octubre o si la elección confirmará el piso histórico de su gestión.