
El gobierno de Nicolás Maduro denunció esta semana que aviones de combate de Estados Unidos habrían sobrevolado las cercanías del espacio aéreo venezolano, en lo que calificó como un acto de provocación militar. Según el ministro de Defensa, Vladimir Padrino López, al menos cinco aeronaves fueron detectadas por el sistema de defensa aérea, e incluso pilotos de aerolíneas comerciales habrían confirmado los avistamientos. Sin embargo, hasta ahora no se han presentado pruebas verificables ni confirmaciones internacionales que respalden la acusación.
El anuncio fue acompañado de un tono alarmista por parte de Maduro, quien habló de “asedio” y de intentos de Washington por usar la lucha antidrogas como pretexto para intervenir en Venezuela. Para analistas independientes, el régimen busca instalar una narrativa de amenaza externa que le permita cohesionar a su base política y justificar el endurecimiento de medidas de control interno.
Como reacción inmediata, el gobierno decretó un estado de conmoción exterior, una medida excepcional que abre la puerta a la suspensión de garantías constitucionales. Organizaciones de derechos humanos alertaron que esta decisión podría usarse para reprimir a la disidencia y ampliar el margen de acción del Ejecutivo, más allá de la supuesta incursión aérea.
La estrategia no es nueva: en otras ocasiones, el chavismo ha apelado a la idea de conspiraciones extranjeras para reforzar su poder. En esta oportunidad, la denuncia aparece justo en medio de un escenario económico crítico, con inflación persistente y crecientes tensiones sociales.
Si bien es cierto que EE.UU. ha reforzado su presencia en el Caribe como parte de operaciones contra el narcotráfico, no existen reportes confirmados de violación del espacio aéreo venezolano. Washington mantiene en la región aviones F‑35, buques de guerra y un submarino nuclear, pero su despliegue ha sido anunciado públicamente en el marco de cooperación con aliados caribeños.
Expertos advierten que la narrativa de Caracas busca victimizar al régimen ante la opinión pública internacional y, al mismo tiempo, consolidar un relato de “soberanía asediada” hacia adentro. En la práctica, el efecto inmediato es una mayor tensión regional y un nuevo pretexto para limitar libertades dentro del país.
El episodio refleja cómo el chavismo recurre a acusaciones de agresión externa sin pruebas claras para justificar medidas autoritarias y reforzar su control político. Más que un incidente militar comprobado, se trata de una jugada discursiva en medio de un contexto de fragilidad económica y creciente aislamiento internacional.
De confirmarse, la presencia de aviones estadounidenses sería preocupante para la estabilidad regional; pero en ausencia de evidencias, la denuncia de Maduro parece más un movimiento calculado que un hecho verificable. En definitiva, Venezuela enfrenta un nuevo capítulo donde la retórica de la amenaza externa se convierte en herramienta de poder interno.