
La Iglesia de Inglaterra ha dado un paso sin precedentes al elegir a Sarah Mullally como la primera mujer en convertirse en arzobispo de Canterbury, puesto que asumirá en marzo de 2026. Con ello rompe una tradición de casi mil cuatrocientos años en los que el máximo cargo espiritual de la Iglesia anglicana había sido exclusivamente masculino.
La designación se produjo tras la renuncia de Justin Welby, quien decidió dejar el cargo en medio de críticas a su manejo de denuncias de abuso infantil. Desde el siglo XVI, cuando Enrique VIII rompió con Roma y declaró la supremacía del monarca inglés sobre la Iglesia nacional, la figura del arzobispo de Canterbury es la máxima autoridad religiosa de Inglaterra y símbolo de liderazgo para los más de 85 millones de fieles anglicanos repartidos en 165 países.
Mullally, de 63 años, no siempre estuvo vinculada al mundo religioso. Se formó como enfermera y llegó a ocupar la Dirección General de Enfermería en Inglaterra, el cargo más alto en su especialidad dentro del sistema sanitario británico. En 2002 fue ordenada sacerdotisa, y en 2015 se convirtió en una de las primeras mujeres obispas de la Iglesia. Desde 2018 ejerce como obispa de Londres, el tercer puesto en importancia dentro de la jerarquía anglicana.
Su carrera ha estado marcada por la defensa de los más vulnerables, el acompañamiento a víctimas de abusos y la búsqueda de reformas institucionales. En los últimos años se la ha visto asumir posiciones firmes contra la discriminación, el antisemitismo y la violencia de género, al mismo tiempo que mostró cautela ante proyectos como la legalización de la eutanasia asistida, a la que calificó de “insegura”.
El nombramiento de Mullally no es un hecho aislado. En agosto de 2025, la Iglesia en Gales eligió como arzobispa a Cherry Vann, también la primera mujer en ocupar ese cargo y además la primera líder anglicana en el Reino Unido abiertamente lesbiana. Vann, que desde 2020 era obispa de Monmouth, asumió el primado tras la jubilación de Andrew John. Su elección confirmó que la transformación hacia un liderazgo más inclusivo no es un hecho aislado, sino parte de un proceso más amplio que atraviesa a la Iglesia en las islas británicas.
Mientras en Inglaterra la novedad es la llegada de una mujer a Canterbury, en Gales la noticia abrió un intenso debate internacional: varias iglesias anglicanas conservadoras, en especial en África, anunciaron la ruptura de lazos con la provincia galesa por considerar que el nombramiento contradice sus enseñanzas tradicionales.
La inclusión de mujeres y personas LGBT en la cúpula del anglicanismo refleja un giro hacia una Iglesia más representativa de la diversidad social. Sin embargo, la comunión anglicana no es monolítica: la decisión ha despertado tensiones internas, con sectores que celebran la apertura y otros que mantienen posiciones férreas en contra. Pese a ello, la elección de Mullally en Inglaterra y de Vann en Gales muestra una clara dirección: el siglo XXI comienza a transformar una institución marcada por siglos de rigidez en sus liderazgos.
El arzobispo de Canterbury no solo es la máxima autoridad de la Iglesia anglicana en Inglaterra: también encabeza las ceremonias más solemnes de la monarquía británica, como coronaciones y bodas reales, y actúa como mediador en momentos de crisis nacionales. Que ese cargo lo ocupe por primera vez una mujer supone un cambio histórico y cultural que trasciende el plano religioso.
Con Mullally y Vann al frente, el anglicanismo británico abre un capítulo inédito en su historia, en el que las mujeres ya no solo participan de la vida eclesiástica, sino que asumen los cargos más altos de su jerarquía.