El cardenal Robert Sarah, figura influyente en la Iglesia católica y conocido por sus posiciones conservadoras, lanzó una advertencia que resuena en los debates actuales sobre religión y política: si el cristianismo desaparece en Europa, el continente corre el riesgo de islamizarse y el mundo entero podría enfrentar consecuencias profundas.
Sarah, originario de Guinea y con décadas de servicio en el Vaticano, sostiene que Europa atraviesa una crisis espiritual sin precedentes. Para el purpurado, la secularización creciente y el abandono de las tradiciones cristianas han debilitado la identidad cultural de la región. En su visión, ese vacío abre paso a la expansión de otras corrientes religiosas, especialmente el islam, que ha crecido notablemente en las últimas décadas.

El trasfondo histórico de esta advertencia se remonta a momentos clave de la historia europea. Durante siglos, el cristianismo no solo moldeó la vida espiritual, sino que cimentó las bases jurídicas, artísticas y sociales de Occidente. Desde la conversión del Imperio Romano en el siglo IV hasta la consolidación de las universidades medievales y el esplendor del Renacimiento, la fe cristiana fue un elemento integrador de la identidad europea. Incluso las guerras de religión y la Reforma protestante reflejaron la centralidad de la religión en la vida pública.
Sin embargo, el siglo XX marcó un punto de inflexión. Tras las devastadoras guerras mundiales, Europa abrazó con fuerza la modernidad secular. El surgimiento de estados laicos, el crecimiento del racionalismo y la baja en la práctica religiosa redujeron drásticamente el peso de la Iglesia en la vida social. Paralelamente, los flujos migratorios desde África y Medio Oriente, especialmente después de la Segunda Guerra Mundial y de las independencias coloniales, trajeron consigo un notable aumento de comunidades musulmanas en países como Francia, Alemania, Bélgica y el Reino Unido.

Hoy, Europa se enfrenta a un desafío cultural y demográfico. Mientras que las iglesias vacías y la falta de vocaciones sacerdotales evidencian un cristianismo en retroceso, el islam muestra mayor vitalidad y crecimiento poblacional. Para Sarah, este contraste es una señal de alarma: sin raíces sólidas, Europa corre el riesgo de diluir su identidad histórica y transformarse en un espacio dominado por otros valores religiosos.
El cardenal también subraya que este no es un problema aislado, sino de alcance global. Según su análisis, un continente europeo sin cristianismo modificaría el equilibrio cultural y geopolítico del planeta, debilitando un referente de valores que durante siglos influyó en América, África y Asia.
Las palabras de Sarah se insertan en un debate actual sobre el futuro espiritual de Europa. Para algunos, la diversidad religiosa es una oportunidad de enriquecimiento cultural; para otros, un riesgo de pérdida de cohesión social. Lo cierto es que, en medio de esta discusión, el peso histórico del cristianismo y la fuerza creciente del islam se convierten en protagonistas de un dilema que marcará el destino europeo en el siglo XXI.