
Javier Milei muestra una peculiaridad política que se ha convertido en su talón de Aquiles: no sabe reconocer errores. Aun cuando escándalos graves tocan su círculo más cercano, su respuesta nunca es admitir, disculparse o rectificar: siempre hay un complot, una conspiración, una operación política detrás. Es un problema de origen psicológico pero con nefastos efectos políticos. Esto ya no es estrategia sino obstáculo.
Tomemos el caso de José Luis Espert. Las pruebas de su vínculo con el empresario narco Fred Machado —200.000 USD que Espert reconoció haber recibido como “consultoría”— no quedaron como rumor. La justicia investiga vuelos, movimientos y transferencias que lo colocan en el ojo público. El gobierno respondió con defensas, declaraciones del vocero Adorni diciendo que “ya están dadas las explicaciones” pero admitiendo que “probablemente aún deba seguir aclarando cosas”. Eso no es autocrítica: es poner parches.
Luego está el caso Karina Milei y el escándalo ANDIS. Audios filtrados de Diego Spagnuolo apuntan a retornos, coimas y órdenes que la involucran. El Ejecutivo reaccionó tardíamente: expulsó al funcionario, pidió censura judicial y denunció una operación política. Pero nunca hubo una autoevaluación pública real. Si Pedro fracasa en explicar por qué lo que hace su hermana forma parte del relato ético que predica, entonces su discurso antónimo a la corrupción queda vacío de contenido.
La entrevista con Antonio Laje fue uno de los momentos donde Milei fue invitado a tocar ese tema, aunque lo hizo solo para rebatir —no para reflexionar—. Laje lo “descolocó” al preguntarle por su tono agresivo en redes y medios, la inconsistencia de sus respuestas y la contradicción entre su discurso de fuerza y su silencio frente a sus conflictos internos. La reacción fue una furia controlada: se defendió con que “los de siempre” recurren al insulto, sin admitir que a veces el insulto no es reacción, sino elección. Ese patrón no es anecdótico: es estructural.
Un liderazgo que no sabe mirarse al espejo desaparece en sus propias contradicciones. El que impide la autocrítica termina aislándose, y lo que antes parecían manifestaciones de autoridad pasan a ser vulnerabilidades. Milei tiene respaldo externo y aplausos de aquellos que se alimentan del enfrentamiento. Pero no basta. Si no aprende a discurrir entre la firmeza y la reflexión, ese respaldo pronto se vuelve superficie, y no base firme. Y en política democrática, quien no puede corregirse termina siendo corregido.