
El presidente Javier Milei enfrenta un nuevo dolor de cabeza con su aliado bonaerense José Luis Espert en el centro de una investigación federal. El diputado liberal aparece vinculado a operaciones de financiamiento sospechosas con el empresario Federico “Fred” Machado, detenido y requerido por la Justicia de Estados Unidos por delitos de narcotráfico y lavado de dinero.
La investigación expuso que Espert habría viajado al menos 35 veces en aeronaves ligadas a empresas de Machado entre 2019 y 2020, pese a haber admitido solo un vuelo. Además, se detectó una transferencia por 200.000 dólares en una cuenta asociada al legislador, justificada por él como una “consultoría privada”. Estos datos comprometen no solo su figura personal, sino la estrategia electoral del oficialismo en la provincia de Buenos Aires.
Mientras la oposición pide su apartamiento inmediato de las comisiones parlamentarias, Milei eligió respaldar a Espert, siguiendo el mismo patrón que en episodios anteriores: negar la gravedad, acusar de “operetas mediáticas” y cerrar filas alrededor de sus dirigentes cuestionados. Esa reacción deja en evidencia la dificultad del Presidente para marcar límites dentro de su propio espacio.
Este caso no es un hecho aislado. El gobierno libertario ya acumula una decena de escándalos en menos de dos años: las coimas en Andis, el colapso de la criptomoneda $LIBRA, los contratos millonarios adjudicados a empresas vinculadas a los Menem, el drama del fentanilo contaminado, las denuncias de aportes “obligatorios” en organismos como ANSES y PAMI, y el rechazo oficial a la Ley de Ficha Limpia en el Senado, entre otros. Todos ellos dejaron un mismo saldo: sospechas de corrupción y ausencia de sanciones reales.
La estrategia del Gobierno frente a cada denuncia ha sido idéntica: minimizar el escándalo y sostener a los involucrados. Esa actitud puede preservar la unidad interna, pero a cambio desgasta la credibilidad del discurso libertario que prometía “terminar con la casta” y barrer con los vicios de la política tradicional. El contraste entre lo que se declama y lo que se ejecuta se vuelve cada vez más evidente.
El caso Espert reviste, además, una dimensión electoral decisiva. El economista es la carta fuerte de Milei en la provincia de Buenos Aires, distrito clave para cualquier proyecto presidencial. Mantenerlo en la primera línea a pesar de las sospechas judiciales puede ser leído como un intento desesperado por no perder territorio, aun a costa de pagar un precio alto en términos de legitimidad política.
El dilema es claro: si Milei rompe con Espert, arriesga un quiebre en su armado bonaerense; si lo sostiene, confirma la tendencia a blindar a los suyos aunque los escándalos se multipliquen. En ambos escenarios, la figura presidencial queda atrapada en la misma trampa: un líder que prometió pureza y cambio, pero que convive con diez episodios de opacidad en apenas dos años de gestión.
La pregunta que se abre hacia adelante es cuánto podrá resistir La Libertad Avanza con este nivel de desgaste acumulado. El relato de la “revolución anticasta” ya no choca contra la oposición, sino contra los propios fantasmas de un oficialismo que se parece cada vez más a lo que juró combatir.