26/10/2025 - Edición Nº992

Internacionales

Tradición milenaria

Nepal entronizó a una niña de dos años como “diosa viviente”

06/10/2025 | Arya Tara Shakya fue elegida como la nueva Kumari, una figura sagrada venerada por miles de fieles que representa la pureza y el poder divino femenino.



Nepal volvió a ser escenario de uno de sus rituales más antiguos y sagrados: la entronización de una Kumari, o “diosa viviente”. En esta ocasión, la elegida fue Arya Tara Shakya, una niña de apenas dos años perteneciente a la comunidad Newar, que ahora asumirá un rol espiritual único en el mundo.

Durante la ceremonia, la pequeña fue llevada en brazos por sacerdotes y familiares para evitar que sus pies tocaran el suelo, gesto que simboliza su pureza divina. Desde ese momento, Arya Tara vivirá en el Kumari Ghar, un palacio del siglo XVIII situado frente a la plaza Durbar de Katmandú, donde recibirá la visita de devotos y dignatarios que buscan su bendición.

Una tradición con siglos de historia

El culto a la Kumari tiene raíces en el siglo XVIII, aunque sus orígenes se remontan a antiguas creencias hinduistas y budistas. Según la leyenda, la diosa Taleju, protectora del reino, se apareció ante un rey de Katmandú con la condición de ser adorada en forma humana. Desde entonces, los monarcas instituyeron el ritual de elegir a una niña que encarnara su espíritu hasta la llegada de la pubertad.

La palabra Kumari significa “virgen” o “soltera”, y representa el ideal de pureza y energía femenina (shakti). La niña es vista como la manifestación terrenal de lo divino: una intermediaria entre los dioses y los hombres, capaz de conceder fortuna o desgracia con una sola mirada.

Un proceso de selección riguroso

Convertirse en Kumari no depende del azar. El proceso de elección es largo, secreto y profundamente simbólico. Solo pueden aspirar niñas de la etnia Shakya o Bajracharya, familias budistas que históricamente han mantenido vínculos con la tradición hinduista.

Un comité de sacerdotes y astrólogos analiza cientos de candidatas, y selecciona a aquella que cumpla con los 32 signos de perfección: desde la forma de los ojos y la voz hasta la calma de su carácter. La niña debe no haber sufrido heridas ni enfermedades graves y haber nacido bajo un horóscopo considerado auspicioso.


Con apenas dos años, Arya Tara Shakya asumió el papel de “diosa viviente”, una figura sagrada que representa la pureza y el poder femenino en Nepal.

Uno de los momentos más enigmáticos de la selección es la “prueba del coraje”: las finalistas deben permanecer tranquilas en una habitación decorada con cabezas de búfalo sacrificados y luces parpadeantes, mientras los sacerdotes observan si muestran miedo. Solo quien mantiene la calma es considerada digna de encarnar a la diosa.

Una vida entre lo sagrado y lo humano

Una vez entronizada, la Kumari vive recluida en su residencia-palacio, asistida por cuidadores y sacerdotes. Apenas puede salir en público, salvo durante las grandes festividades religiosas como el Indra Jatra, cuando recorre las calles en un carruaje dorado mientras miles de fieles la aclaman.


La procesión del festival Indra Jatra recorre las calles de Katmandú entre cánticos, música y devotos que esperan la bendición de la Kumari, símbolo viviente de la diosa Taleju.

Su vida cambia por completo: no puede asistir a la escuela ni jugar libremente, y todo contacto con el exterior está controlado. La veneración dura hasta su primera menstruación, momento en que se considera que la deidad abandona su cuerpo. A partir de entonces, vuelve a su vida humana y se elige una nueva Kumari.

Aunque muchas exdiosas enfrentan dificultades para adaptarse, el respeto hacia ellas permanece. Algunas continúan siendo consejeras espirituales y referentes culturales, mientras otras buscan reintegrarse a una vida normal, marcada para siempre por haber sido “divinas”.


Trishna Shakya, quien actuó como Kumari durante ocho años, hizo su última aparición pública siendo transportada en mano o en procesión al momento de entregar su rol divino.

Un símbolo que trasciende el tiempo

En una era de cambios rápidos y globalización, la tradición de la Kumari sigue siendo un poderoso emblema de la identidad nepalí. Más allá de su carácter religioso, representa la fusión entre el hinduismo y el budismo, la reverencia hacia la mujer y el vínculo espiritual entre lo humano y lo sagrado.

Nepal, uno de los países más diversos y devotos del mundo, mantiene viva esta costumbre que fascina a creyentes y curiosos por igual, recordando que, para muchos, lo divino todavía puede tener rostro de niña.