Nepal volvió a ser escenario de uno de sus rituales más antiguos y sagrados: la entronización de una Kumari, o “diosa viviente”. En esta ocasión, la elegida fue Arya Tara Shakya, una niña de apenas dos años perteneciente a la comunidad Newar, que ahora asumirá un rol espiritual único en el mundo.
Durante la ceremonia, la pequeña fue llevada en brazos por sacerdotes y familiares para evitar que sus pies tocaran el suelo, gesto que simboliza su pureza divina. Desde ese momento, Arya Tara vivirá en el Kumari Ghar, un palacio del siglo XVIII situado frente a la plaza Durbar de Katmandú, donde recibirá la visita de devotos y dignatarios que buscan su bendición.
El culto a la Kumari tiene raíces en el siglo XVIII, aunque sus orígenes se remontan a antiguas creencias hinduistas y budistas. Según la leyenda, la diosa Taleju, protectora del reino, se apareció ante un rey de Katmandú con la condición de ser adorada en forma humana. Desde entonces, los monarcas instituyeron el ritual de elegir a una niña que encarnara su espíritu hasta la llegada de la pubertad.
La palabra Kumari significa “virgen” o “soltera”, y representa el ideal de pureza y energía femenina (shakti). La niña es vista como la manifestación terrenal de lo divino: una intermediaria entre los dioses y los hombres, capaz de conceder fortuna o desgracia con una sola mirada.
Aryatara Shakya, aged 2 years and 8 months, has been crowned Nepal’s new Kumari, or living goddess, in a centuries-old tradition at Kathmandu’s Kumari Ghar. @shreyachandra_ has more.#Nepal #Shakya #Kumari #NepalKumari #Goddess #Kathmandu #KumariGhar #CNBCTV18Digital pic.twitter.com/CHQyJ3GAos
— CNBC-TV18 (@CNBCTV18News) October 3, 2025
Convertirse en Kumari no depende del azar. El proceso de elección es largo, secreto y profundamente simbólico. Solo pueden aspirar niñas de la etnia Shakya o Bajracharya, familias budistas que históricamente han mantenido vínculos con la tradición hinduista.
Un comité de sacerdotes y astrólogos analiza cientos de candidatas, y selecciona a aquella que cumpla con los 32 signos de perfección: desde la forma de los ojos y la voz hasta la calma de su carácter. La niña debe no haber sufrido heridas ni enfermedades graves y haber nacido bajo un horóscopo considerado auspicioso.

Uno de los momentos más enigmáticos de la selección es la “prueba del coraje”: las finalistas deben permanecer tranquilas en una habitación decorada con cabezas de búfalo sacrificados y luces parpadeantes, mientras los sacerdotes observan si muestran miedo. Solo quien mantiene la calma es considerada digna de encarnar a la diosa.
Una vez entronizada, la Kumari vive recluida en su residencia-palacio, asistida por cuidadores y sacerdotes. Apenas puede salir en público, salvo durante las grandes festividades religiosas como el Indra Jatra, cuando recorre las calles en un carruaje dorado mientras miles de fieles la aclaman.

Su vida cambia por completo: no puede asistir a la escuela ni jugar libremente, y todo contacto con el exterior está controlado. La veneración dura hasta su primera menstruación, momento en que se considera que la deidad abandona su cuerpo. A partir de entonces, vuelve a su vida humana y se elige una nueva Kumari.
Aunque muchas exdiosas enfrentan dificultades para adaptarse, el respeto hacia ellas permanece. Algunas continúan siendo consejeras espirituales y referentes culturales, mientras otras buscan reintegrarse a una vida normal, marcada para siempre por haber sido “divinas”.

En una era de cambios rápidos y globalización, la tradición de la Kumari sigue siendo un poderoso emblema de la identidad nepalí. Más allá de su carácter religioso, representa la fusión entre el hinduismo y el budismo, la reverencia hacia la mujer y el vínculo espiritual entre lo humano y lo sagrado.
Nepal, uno de los países más diversos y devotos del mundo, mantiene viva esta costumbre que fascina a creyentes y curiosos por igual, recordando que, para muchos, lo divino todavía puede tener rostro de niña.