07/10/2025 - Edición Nº973

Opinión


Vacío de poder

La albertización de Milei

07/10/2025 | El vacío de autoría y la falta de autocrítica de Milei profundizan la crisis interna del Gobierno y muestran una desconexión entre su discurso y la realidad.



Hay algo inquietante en la escena política argentina: como en aquel momento en que Alberto Fernández cedió el mando del barco hacia atrás sin admitirlo, Javier Milei hoy parece alejarse del timón, no por debilidad pasajera, sino por su incapacidad para asumir que perdió el control o el de transformar la forma en que ejerció el poder hasta hoy. En los hechos, su discurso fuerte ya no conjuga coherentemente con la realidad. En momentos críticos -cuando estallan casos de corrupción vinculados con Espert, cuando ollas de audios salpican a Karina, cuando candidatos deben bajarse de las listas- no hay ni autocrítica, ni explicaciones claras.

Los mismos actores que son la cara del gobierno y giran satelitalmente alrededor de Milei también sufren de la ausencia de guía. Avanzan en un argumento un día, retroceden al otro. Sin siquiera recubrir de alguna explicación ambos movimientos. La ausencia de un espejo político claro exhibe una variante patológica del poder: aparentar gobernar mientras no estar gobernando. Con esto, Milei pierde uno de sus principales logros políticos: haber reestructurado la línea de mando, algo psicológicamente fundamental en el “normal” desarrollo de la salud política de un gobierno.

Pero José Luis Espert tuvo que bajar su candidatura, en medio del escándalo por los 200.000 dólares provenientes de Machado, tras semanas de presión y versiones cruzadas. Milei aceptó la renuncia, pero no reconoció responsabilidad alguna más allá de denunciar “operaciones del kirchnerismo”. No dijo “vamos a revisar”, no invitó al debate interno: simplemente dejó que el episodio se resolviera en términos tácticos. ¿A quién puede convencer esa fundamentación de la decisión? Parece estar a medio camino de admitir un error pero también de seguir sosteniendo su posición. En los hechos no es ninguna de los dos y ahí comienza la ambigüedad en el ejercicio del poder. Aun más, se señala que la decisión de correrlo no fue ni siquiera tomada por el propio Javier Milei.

En el caso Karina Milei y la Agencia Nacional de Discapacidad (ANDIS), los audios de Spagnuolo revelan una red de contratos, devoluciones y presiones, todo bajo la forma del secreto dificultado. Y de nuevo, la reacción no fue autocrítica sino agresiva: censura judicial, denuncias cruzadas, descalificaciones al acusador. Nunca un “nos equivocamos”, nunca una apertura seria. Esa agresividad, antes identificada erróneamente con el poder -como si poder y violencia fueran lo mismo- ahora es una crispación vacía que produce aún más crispación en una sociedad argentina que no aguanta más obras de teatro: sean de acción o de drama.

En su paso por televisión, entrevistas o escuchas provocadas -como en encuentros públicos con periodistas- se nota un desequilibrio entre lo que dice y lo que hace falta decir. Las preguntas sobre contradicciones, tensiones o errores no encuentran cauce. No hay concesión. Y la incapacidad para ceder, ni siquiera simbólicamente, genera un desplazamiento creciente de la política hacia lo psicológico: gobernar sin reconocer que gobernás. Esa paradoja fue marca del albertismo: que detrás del relato de mando fuerte sobrevivía un vacío de autoría, una deriva sin dueño. O Milei pone en sintonía su discurso con la realidad o comenzará a repetir ese guion, pero con menos estructura política.

El resultado es inevitable: cada controversia -grande o pequeña- queda abierta, festinada por opositores y aliados inconformes. La grieta se agranda no solo entre polos, también entre Milei y sí mismo. Todos los políticos festejan, están más cerca del poder que antes. Mientras tanto seguramente cada vez vote menos gente.