
Desde la entrada en vigor de la Ley de Memoria Democrática, en octubre de 2022, el Consulado de España en Santiago ha recibido más de 44.000 solicitudes de nacionalidad de descendientes de exiliados. La cifra convierte a Chile en uno de los países con mayor demanda, solo por detrás de Argentina y Cuba. Según datos oficiales, más de 36.000 solicitudes ya fueron aprobadas, un volumen que refleja el peso de la emigración republicana que llegó al país tras la Guerra Civil.
El proceso ha sido descrito por las autoridades españolas como un acto de justicia histórica. La ley permite obtener la ciudadanía a hijos y nietos de quienes perdieron la suya por razones políticas, ideológicas o de creencias, y también a descendientes de mujeres españolas que se vieron obligadas a renunciar a su nacionalidad al casarse con extranjeros. En Chile, donde los lazos culturales y familiares con España se mantuvieron vivos durante generaciones, el impacto ha sido particularmente visible.
Para muchos solicitantes, la nacionalidad no representa solo un documento, sino una forma de reconectar con una historia familiar interrumpida. Nietos y bisnietos de republicanos exiliados durante el franquismo encuentran en este proceso una manera de reivindicar la memoria de sus abuelos, que llegaron a Chile entre 1939 y 1945 huyendo de la dictadura. Algunos de ellos formaron parte del barco Winnipeg, gestionado por Pablo Neruda, que trajo a bordo a más de 2.000 refugiados españoles.
A pesar del entusiasmo, las dificultades burocráticas han sido un obstáculo recurrente. Los consulados en Latinoamérica están desbordados por el volumen de solicitudes, lo que ha generado demoras en las citas, revisiones de documentos y entrega de pasaportes. El Ministerio de Asuntos Exteriores español ha enviado refuerzos temporales para agilizar la tramitación antes del vencimiento del plazo, previsto para octubre de 2025.
El repunte de solicitudes también ha reavivado el debate sobre la interpretación de la memoria histórica. Mientras los defensores consideran que la ley repara una deuda moral con las víctimas del franquismo, algunos sectores la critican por politizar el pasado y generar privilegios administrativos. En España, voces de la oposición sostienen que el alcance de la norma es excesivo y que debería centrarse solo en los casos de exilio probado.
En Chile, sin embargo, el consenso social es amplio. Instituciones culturales y asociaciones de descendientes han organizado jornadas de orientación y actos simbólicos que celebran la recuperación de una identidad truncada. El proceso, más allá del beneficio legal, ha generado un reencuentro emocional entre ambos países, fortaleciendo vínculos históricos que se remontan a casi un siglo.
El balance de esta iniciativa ofrece una lectura dual. Por un lado, revela el poder de la memoria como herramienta de reconciliación, y por otro, muestra las limitaciones prácticas de los Estados para gestionar procesos masivos con sensibilidad humana. Si España logra consolidar este modelo, podría convertirse en referente para otras naciones que buscan reparar heridas del exilio.
De aquí al cierre del plazo en 2025, el desafío será mantener la eficiencia administrativa sin perder el sentido simbólico que dio origen a la ley. Más que un gesto burocrático, cada pasaporte concedido representa la continuidad de una memoria que resistió al olvido.