10/10/2025 - Edición Nº976

Deportes


ADN Pincharrata

Miguel Ángel Russo y Estudiantes de La Plata: un amor para toda la vida

08/10/2025 | Russo nació en Lanús, se crió en Parque Patricios pero su pasión por el fútbol nació viendo a Estudiantes.


por Mati Chammah


Miguel Ángel Russo nació en Lanús, provincia de Buenos Aires, aproximadamente a unos 58 kilómetros de la Ciudad de La Plata. Se crió en el seno de una familia simpatizante de Huracán y solía asistir a los partidos que jugaba el Globo en Parque Patricios. 

Pero su pasión por el fútbol no surgió en algún encuentro disputado en el Estadio Tomás Adolfo Ducó, sino en un partido entre Estudiantes y Vélez en la cancha de Racing, en 1968. Con 12 años, conocería al que sería su primer amor: el Pincha de Luis Zubeldía y de las gambetas del mágico número 11, Juan Ramón Verón.

Llegó al club de la mano del ingeniero naval Pascual Antonio Ortuondo, quien trabajaba ad honorem en las divisiones inferiores del equipo platense. Como todo joven soñaba con ser futbolista, pero terminó formándose mucho más allá del césped de las canchas del viejo country de Estudiantes.

"En Estudiantes me formaron como persona. Yo tenía que mostrar el boletín para jugar", recordaba Miguel, en una entrevista que le brindó a ESPN sobre su adolescencia en el club. Mientras pasaba las categorías juveniles y se destacaba por su solidez como número 5, trabajaba como asistente en la agencia de uno de los dirigentes del club para obtener algo de dinero para su familia.


Russo con la camiseta blanca de Estudiantes.

El día del debut como jugador de Estudiantes

Por esas cosas del destino, en 1975, Russo debutó profesionalmente en la misma cancha donde se enamoró por primera vez: contra Racing, de visitante, por la Copa Libertadores, reemplazando a nada menos que aquel Verón que lo había fascinado a los 12 años y que ahora era su compañero de cuarto en las concentraciones.

El debut estuvo marcado por una expulsión, pero muy lejos de ser la primera y última vez que se ponía la camiseta de Estudiantes. Aquel día, sin saberlo, Russo se tatuó por encima los bastones rojos y blancos para no sacárselo nunca más.

Miguel Ángel Russo es uno de esos casos atípicos en el fútbol, ​​de “jugador de un club”, disputando un total de 420 partidos con el pincha, y marcando 11 goles hasta su retiro en 1989. Levantó dos títulos con la institución albirroja: El Metropolitano de 1982 y el torneo nacional de 1983.

Se volvió capitán y uno de los estandartes de un mediocampo histórico del León, junto con Marcelo Trobbiani, José Daniel Ponce y Alejandro Sabella, siendo Russo el número 5 que le daba libertad a esos tres magníficos números diez para que brillaran.

Esa responsabilidad se la brindó Carlos Salvador Bilardo, el que, según él, fue “el personaje que más lo marcó en su vida”, tanto en lo deportivo como en lo personal fuera de las canchas. Así fue como el técnico campeón del mundo en 1986, plantó en Miguel las semillas del futuro entrenador en el que se convirtió.


José Daniel Ponce, Miguel Angel Russo, Marcelo Trobbiani y Alejandro Sabella.

Los inicios de su carrera como técnico

Tras su retiro, Russo cambió los botines por el traje y comenzó sus primeros pasos en la dirección técnica, siendo Lanús, el club de su barrio, su primera experiencia. En el Granate obtuvo dos ascensos a la máxima categoría: en 1990, como vencedor del Reducido frente a Quilmes, y en 1992, de manera directa.

Aún así, el éxito fuera de su familia adoptiva no sería suficiente para llenar ese espacio que ocupaba Estudiantes en su vida, y en 1994 volvió al club de sus amores con una misión: devolverlo a la primera en el peor momento deportivo de su historia. Este nuevo capítulo no lo empezó solo; junto con otro ídolo del Pincha, como Eduardo Luján Manera, se convirtieron en dupla técnica durante ese período en la segunda categoría.

Obtuvieron el 78% de los puntos, coronándose campeones 5 fechas antes de la final consiguiendo el ascenso directo. Ese equipo se destacó por su buen juego y por la aparición de un nuevo prodigio en la mitad de la cancha con la camiseta albirroja: un joven Juan Sebastián Verón, hijo del jugador que asombró a Miguelo cuando era un niño.

Él se volvería uno de los tantos crack que dirigió en su nueva etapa como entrenador. En 1996, Russo dejó su cargo en el Pincha para partir a Chile, en lo que sería su primera experiencia en el exterior. Ambos caminos se mantuvieron separados bastante tiempo: unos 15 años.

Lejos de casa, Miguelo se consolidó como uno de los técnicos más prestigiosos del fútbol argentino, logrando grandes temporadas en Rosario Central, un torneo Clausura con Vélez Sarsfield, y la sexta, y última, Copa Libertadores de Boca Juniors, siendo este su máximo título como entrenador. Pero principalmente lo que siempre se destacó de Miguel es su gestión de grupo y como en cada lugar que dirigió dejó una marca en sus jugadores y asimismo en sus hinchas.

Russo y Estudiantes: the last dance

En 2011, comenzaría su último capítulo junto al León. Russo, llegaba como un técnico consagrado a un club que en los últimos años había salido campeón del fútbol local y de América, y que contaba con la presencia en cancha de Juan Sebastián Verón, aquel joven que dirigió en la segunda división, ahora convertido en un hombre y en un símbolo, igual a lo que supo ser Miguel en los años 80’.

Lamentablemente, para ambas partes, esta nueva etapa no fue tan fructífera y exitosa como las anteriores. En cuanto a resultados, fue uno de los peores períodos del oriundo de Lanús como técnico, cosechando apenas 10 puntos en catorce fechas disputadas, dejando al club en el último lugar de la tabla de aquel torneo Apertura.

Aun así, este mal paso, no borró el legado de Russo en el club, ni tampoco la influencia de Estudiantes en su vida. Su historia en la institución que lo vio nacer no puede medirse sólo con partidos ganados o títulos, sino con lo que dejó: una lección de pertenencia, valores y amor por el club.


Miguel Ángel Russo y Alejandro Sabella, dos emblemas de Estudiantes.

Estudiantes lo marcó a fuego

“En Estudiantes me formé con un ADN único en el mundo del fútbol. Me resulta imposible explicarte cómo se genera, pero a través de experiencias propias se iba transmitiendo de una generación a otra. Y eso te creaba un sentimiento de pertenencia muy importante, con un respeto muy grande a los que fueron los antecesores de todo esto” recordó una vez.

Incluso, en el momento más difícil de su vida, cuando Russo tuvo que hacerle frente a un cáncer de vejiga y próstata, lo aprendido en el club se volvió una fuente de fuerza para luchar y superar el tratamiento como las cirugías a las que se tuvo que someter.

“En Estudiantes aprendí a luchar solo, con la ayuda del club y también de la gente. Eso ayuda mucho, como también la familia y las formas, que me sirvieron siempre como ejemplo de vida. Cuando te caes una vez, te levantas, y si te caes 100 te levantas 101; es uno de los ítems del club sobreponerse a las adversidades" afirmó.

Miguel es un símbolo de identidad de la escuela pincharrata, representado como jugador, capitán, técnico y referente. Russo fue uno de los tantos exponentes de lo que es Estudiantes: lo fue en cada frase, en cada gesto, en cada éxito en el club, como afuera. La historia de ambos fue de un amor que surgió en la adolescencia y que duró para toda la vida.