
La intervención reciente de Guillermo Moreno -una mezcla de denuncia y esperanzada reivindicación del rol estatal en la economía- ofrece una pista poderosa: en un capitalismo global donde la competencia se mide en décimas de porcentaje, el margen para que la tasa de ganancia prospere sin protección efectiva es casi inexistente en la mayor parte del entramado productivo argentino.
Moreno dijo algo demoledor: “Hoy ninguna empresa gana plata en Argentina”. Esa frase no es una provocación, es un diagnóstico de rentabilidad rota, y encierra lo que muchos gobiernos olvidan: ¿existen sectores de la economía argentina que sean absolutamente rentables a nivel global?
Si dejamos que la apertura indiscriminada y la competencia internacional actúen sin reglas, no solo los sectores más débiles del entramado productivo desaparecen.
La falta de protecciones -aduanas dinámicas, regulación de importaciones, estímulos fiscales selectivos, apoyo a la industria local- produce un derrumbe de cadenas productivas que demandan años reconstruir tanto como que impide proyectar la generación de economías que podrían ser rentables a futuro, en terminos globales, pero que hasta entonces requieren protección y proyección estrategica. Moreno sostiene que la economía argentina ya no puede sostenerse apelando al Tesoro o meras promesas: necesita activar su propio esqueleto interno, fortalecer la producción nacional, proteger lo que existe, para que de allí emerja la rentabilidad.
Ese formato contrasta con la visión liberal dominante que celebra la competencia global pura como mecanismo virtuoso. Esa postura es válida en economías consolidadas con centros industriales maduros. Pero Argentina no es ese caso: es una economía de rezagos estructurales, desequilibrios macro, costos logísticos elevados y presión importadora constante. Pretender que funcione con meros incentivos fiscales sin escudos productivos es esperar que el desierto florezca espontáneamente.
La protección no es antítesis de rentabilidad: suele ser su condición previa. Una industria que enfrenta competencia desleal, insumos caros o volatilidad cambiaria, no puede proyectar inversiones sostenibles sin que el Estado le garantice un piso de certezas. Así, quien gobierna con visión debe plantear que el libre mercado es meta, no punto de partida, y que la estrategia de mediano plazo exige blindajes inteligentes, industriales y humanos.
La crítica de Moreno va más allá de lo retórico: propone que la rentabilidad real depende de generar economías protegidas que puedan crecer sin ser devoradas por jugadores foráneos.
Esa propuesta no cae bien entre quienes creen que el mercado por sí solo lo resuelve todo, pero propone un paradigma necesario: rentabilidad con protección, competencia controlada y fortalecimiento territorial. En esa tensión se juega el porvenir de muchas empresas argentinas que aún quieren sobrevivir, crecer y protagonizar su propio destino productivo.