El Museo de las Favelas de São Paulo ha irrumpido en el panorama cultural brasileño como un espacio donde la periferia se convierte en protagonista. Desde su dirección, Natália Cunha propone una inversión del relato histórico: mostrar el poder creativo, comunitario y político de las favelas, en lugar de su imagen tradicional asociada al fracaso o la violencia. Ubicado en un antiguo palacete neoclásico, el museo desafía las jerarquías culturales de la ciudad y plantea una pregunta clave: ¿qué sucede cuando los marginados ocupan los templos del arte?
En palabras de Cunha, el objetivo no es negar la realidad de la desigualdad, sino redefinir las condiciones del relato. “El fracaso ya está en las noticias”, dice, subrayando que el museo existe para visibilizar la potencia que nace del territorio. Desde su inauguración, más del 30% de los visitantes han ingresado por primera vez a un museo, un dato que revela su impacto social y la urgencia de repensar los espacios culturales tradicionales.
El proyecto no se limita a las paredes del edificio. Cunha impulsa una estrategia itinerante que busca llevar las exposiciones a otras regiones y comunidades periféricas, con el propósito de descentralizar el acceso al arte. Las muestras incluyen rap, fotografía, danza, moda y poesía de periferia, expresiones que no solo muestran diversidad estética, sino también una reivindicación de identidad colectiva. La apuesta, dice Cunha, es crear un museo que escuche y dialogue, en lugar de imponer discursos desde arriba.
El cambio también es semántico: el museo promueve el uso de la palabra “favela” frente a términos técnicos o estigmatizantes como “aglomeración subnormal”. Este gesto, aparentemente lingüístico, encierra una transformación política. Reafirmar el nombre implica reconocer la historia y la dignidad de millones de personas que construyeron sus territorios desde la exclusión. Así, el Museo de las Favelas se convierte en un laboratorio de nuevas narrativas urbanas.

El trabajo de Cunha también desafía el concepto tradicional de museo como espacio contemplativo. Su visión se acerca a una museología social, donde el arte cumple un rol activo en la transformación de las comunidades. La idea es que los habitantes de las favelas sean no solo público, sino autores de las exhibiciones, generando procesos de participación y co-creación que refuercen el sentido de pertenencia. En palabras de la directora, “todo el mundo puede entrar en este lugar”, una frase que resume su filosofía inclusiva.
El caso del Museo de las Favelas abre un debate que excede a Brasil. En un continente donde las periferias urbanas concentran creatividad, desigualdad y resistencia, la experiencia paulistana plantea una pregunta urgente: ¿pueden los museos convertirse en herramientas de justicia simbólica? Cunha apuesta por un sí rotundo, confiando en que el poder del arte puede construir puentes donde la política falla.