06/12/2025 - Edición Nº1033

Internacionales

Crisis institucional

El Congreso peruano elige nuevo líder: ¿solución o más caos?

12/10/2025 | Tras la destitución de Dina Boluarte, el Congreso impuso un liderazgo frágil que reabre el debate sobre la estabilidad y la legitimidad democrática.



El Perú vuelve a enfrentarse a una de sus paradojas más persistentes: resolver la crisis política con medidas que la agravan. La destitución de Dina Boluarte bajo el argumento de “incapacidad moral permanente” ha abierto un nuevo capítulo de incertidumbre. En su lugar asumió José Jerí Oré, un abogado de 38 años con escasa trayectoria y un pasado judicial que despierta más dudas que confianza. La escena política limeña vuelve a girar en torno a una pregunta conocida: ¿dónde termina la crisis y dónde empieza la improvisación?

El Congreso peruano, convertido desde hace años en el verdadero centro de poderha privilegiado los cálculos partidarios sobre el interés nacional. Jerí llegó a la presidencia con apenas 11.000 votos y el respaldo de alianzas circunstanciales que lo sostienen más por conveniencia que por convicción. La falta de representatividad popular, combinada con la desconfianza institucional, configura un escenario donde la legitimidad se mide más por los votos congresales que por el respaldo ciudadano.

Un liderazgo en duda

Los cuestionamientos sobre Jerí Oré no son menores. El nuevo mandatario enfrenta antecedentes por corrupción, abuso de poder y denuncias archivadas de violencia sexual, hechos que erosionan su imagen desde el primer día. Su ascenso ha sido percibido por amplios sectores sociales como una maniobra de supervivencia de las élites parlamentarias, dispuestas a colocar en el Palacio de Gobierno a un presidente maleable. El remedio parece peor que la enfermedad, como tituló El País, al advertir que este tipo de soluciones aceleradas solo refuerzan la descomposición del sistema.

El trasfondo es más amplio que un cambio de figuras. Perú vive atrapado en un ciclo de inestabilidad crónica, donde cada crisis produce un nuevo reemplazo y cada reemplazo inaugura otra crisis. Las instituciones carecen de cohesión y la opinión pública ha normalizado la sucesión de presidentes efímeros, sin espacio para proyectos duraderos. En este contexto, la moralidad, lejos de ser un principio rector, se ha convertido en un instrumento de conveniencia política.

La enfermedad estructural

El problema peruano no radica solo en sus líderes, sino en un sistema que incentiva la fragmentación y el oportunismo. La fácil aplicación de la incapacidad moral permanente, sin criterios jurídicos claros, ha transformado el equilibrio de poderes en un campo minado. Los partidos, incapaces de generar consensos, optan por destruir al adversario antes que gobernar con él. En ese escenario, el ciudadano queda relegado a un rol pasivo, observando cómo la democracia se degrada en nombre de la moral.

De persistir esta dinámica, el país corre el riesgo de institucionalizar la precariedad como modo de gobierno. Cada intento de restaurar el orden termina debilitándolo aún más, alimentando el escepticismo y la desafección ciudadana. La salida no será un nuevo rostro ni otro discurso regenerador, sino una reforma estructural que limite el uso abusivo del poder y devuelva al voto popular su peso real. Hasta entonces, el Perú seguirá curándose con remedios que enferman más de lo que sanan.

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