
“Yo digo que el laburo me eligió a mí. Yo no elegí nada, ni elijo nada. Me fui dejando llevar. Muchas cosas me pasaron más allá de lo que buscaba. Algunas las perseguí, pero la mayoría me encontró”, cuenta José Alfredo "Pato" Galván con esa mezcla de calma y lucidez que lo caracterizan, en su visita a El Living de NewsDigitales.
Su recorrido en los medios parece un mapa de encuentros más que de estrategias: Crema Americana junto a Juan Castro, Atorrentes en América, programas deportivos, realities, radio y viajes. “Ponerme en la tele nunca fue un objetivo. Yo quería hacer radio. Pero justo el año que entré a estudiar locución, el ISER dio el título de locutor-periodista. Y así terminé haciendo de todo”, recuerda entre risas.
Galván dice no sentirse periodista, actor ni conductor en sentido estricto: “Soy un hacedor de cosas. Me dicen periodista deportivo y no tengo el título; me dicen actor y tampoco lo soy. Hice programas de fútbol, teatro, eventos religiosos o políticos, pero lo mío es otra cosa: soy animador. Mi trabajo es ponerle ánimo a las situaciones. Y ponerle ánimo es almarlo, ponerle alma”.
El humor, explica, no es un recurso sino una manera de comunicar: “El humor es el humus, el alimento del alma vegetal. Es lo que deja entrar lo sutil. Con humor se entiende más que con solemnidad, y no por eso se pierde seriedad”.
Por eso, incluso en eventos formales o religiosos, busca “meterle ánimo”: “No puedo evitarlo. Estoy en un lugar y a los dos minutos tengo ganas de que la historia se vuelva entretenida”.
En televisión, buscó trasladar esa cercanía: “Yo quería que el que me veía sintiera que estaba del otro lado del sillón, igual que yo. Que la tele no fuera un pedestal, sino un espejo. Si algo no me da ganas de ver del otro lado, no lo hago”. Esa horizontalidad, dice, fue su escuela de comunicación.
Pero su primer amor profesional fue el fútbol, y allí aparece una figura fundamental: Quique Wolff. “Le agradezco muchísimo a Quique. En la época que era periodista deportivo me convocó para La Banda Dominguera. Él vio algo en mí y me mandaba a cubrir de todo. Una vez me mandó a Australia para seguir el repechaje del ’94, cuando volvía Maradona. Me decía: ‘El día del partido trabajá, pero antes y después recorré, traé color’. Y eso me marcó: entendí que contar historias no era hablar del resultado, sino de la gente, del viaje, del contexto.”
Esa mirada distinta sobre el deporte lo alejó de la polémica vacía: “Yo soy futbolero de alma, no de camiseta. Fui de Boca un tiempo para entender cómo era ser de Boca, pero me quedé con el fútbol mismo. Me gusta ver la pelota, no la estadística. Prefiero ver a los pibes jugando en la plaza que a cuatro tipos gritando en un programa. Para mí, el fútbol es un idioma.”
El recuerdo de El hotel de los famosos lo encuentra reflexivo. “Adentro la pasé muy bien, pero al salir lo sufrí. Nadie me hablaba de otra cosa. Al programa le fue tan bien que durante un año no podía hablar de otra cosa. Igual me sirvió: me hizo darme cuenta de cosas que yo creía resueltas conmigo mismo y no lo estaban”.
Rechazó antes la posibilidad de entrar a Gran Hermano cuando sus hijos eran chicos. “Sabía que ellos lo iban a sufrir. Y no lo dudé. En cambio, cuando acepté el reality, ya estaban grandes, y sentí que podía hacerlo. Pero lo viví sabiendo que estaba actuando un personaje expuesto”.
Galván prefiere un vínculo liviano con la fama. “Yo siento que la gente me habla como si me conociera. Mis hijas me decían: ‘Nosotras pensábamos que vos eras amigo de todo el mundo’. Y eso me encanta. Me siento agraciado. Cuando soy consciente de esa gracia, la devuelvo”.
Su discurso combina lo espiritual con lo terrenal. Habla de su cambio físico sin solemnidad y su paso por Cuestión de Peso: “Vivimos en una sociedad obesogénica y gordofóbica. Te empujan a consumir y después te discriminan. Me dicen ‘estás más lindo’, y no: estoy más flaco, que no es lo mismo. Banco al gordo”.
La conversación se vuelve más profunda cuando habla de la vida interior: “Yo tengo un diálogo constante con mi indio interno, mi parte divina. Dios juega para mí desde chico. Nunca me dejó de garpe. Y no necesito explicarlo: lo inexplicable también hay que disfrutarlo”.
Su filosofía se resume en una idea simple: vivir en presente. “Para mí lo único que existe ahora sos vos. Sé que donde estoy ahora siempre es el mejor lugar. Elijo qué pasado resentir y qué futuro sentir. Si estoy acá, hay calma.”
Y sobre el país, su optimismo no es ingenuo: “Parecería que estamos llenos de problemas, pero no. Este es el mejor país del mundo. Tenemos todos los recursos y un potencial humano tremendo. El problema es que nos convencieron de que tenemos que sufrir. Argentina está condenada al éxito, como dijo Duhalde, y en ese fallido hay verdad”.