
El texto que León XIV firmó el 4 de octubre, nace de una herencia de una continuidad de la visión de Francisco sobre los pobres y con los pobres, centrada en una frase sencilla: “yo te he amado”, que recorre todo el documento como un pulso. No busca ser un eslogan, es más bien invitarnos a vivir un modo de situarnos frente a la vida del otro sin excusas, sin demoras y sin el gesto cómodo de la distancia.
Lo primero que deja 'Dilexi te' es un corrimiento del foco. El pobre no aparece como objeto de compasión, sino como maestro, como presencia que revela a Cristo y que nos convoca a un encuentro entre iguales. Servir no es bajar desde arriba, es dejarse tocar y cambiar. Esta es la vara: si nuestras manos no se ensucian, si nuestras conversaciones no se desplazan de la pantalla a la vereda, si nuestra agenda no se ordena alrededor de nombres propios, entonces seguimos hablando de los pobres sin estar con ellos.
La segunda clave es la urgencia de la dignidad. El texto es clarísimo cuando dice que la dignidad de cada persona debe ser respetada ahora, no mañana. Nos corta el atajo del “después” y nos devuelve al único tiempo moral que existe: el presente. Dignidad hoy en el salario, en la comida, en el techo, en el aula, en la fila del hospital, en el trámite que se resuelve o se cajonea. Dignidad hoy en la manera en que hablamos, porque las palabras también pueden humillar, y en el modo en que construimos ciudad.
La tercera pista desmonta el paternalismo. Dilexi te sostiene que la solidaridad no es beneficencia con foto, sino una forma de hacer historia que incorpora a los movimientos populares y a los últimos en la mesa de decisiones. Cuando las instituciones, el Estado, las empresas, las universidades o las parroquias planifican para los pobres pero nunca con los pobres, la democracia se achica, pierde cuerpo y se vacía de representación real. Lo que se propone es simple de decir y trabajoso de vivir: políticas con los de abajo sentados adentro, no esperando en la puerta.
Cuarta clave, las causas. El documento habla de estructuras que producen pobreza y desigualdad, de una economía que cuando se desentiende del bien común termina alienándonos hasta volver normal no ver. Y nos corre otra coartada frecuente: los planes asistenciales alivian, pero no pueden ser la respuesta permanente. Si no tocamos las raíces, si no corregimos la asimetría de poderes, si no orientamos mercados y finanzas al servicio de las personas, dará lo mismo volver a empezar después de cada crisis.
Quinta clave, tan teológica como concreta: Dios prefiere a los pobres. No por exclusión de nadie, sino porque allí donde la vida duele más, allí donde la injusticia se hace sistema, allí quiere ponerse primero. Para la Iglesia, y para cualquiera que comparta un humanismo serio, eso se traduce en una opción firme y radical por los más frágiles. En nuestro mapa personal significa también elegir dónde ponemos tiempo, talento, vínculos y poder.
¿Qué hacemos con todo esto en la semana que arranca, donde vos estés o en cualquier barrio del mundo? Tres movimientos sencillos y medibles.
Cambiar la mirada. Entrenar el gesto de no bajar la vista en la calle, de llamar por el nombre, de preguntar qué hace falta antes de suponerlo. Ese “yo te he amado” no se pronuncia desde un púlpito, se dice en la cola del comedor, en la asamblea del club, en el pasillo del hospital, en el aula que contiene.
Cambiar la mesa. Abrirla, correrla, agrandarla, sumar a los que nunca son convocados cuando se decide. Si los de abajo no están, las soluciones llegan rotas, si entran, la política y la Iglesia respiran de nuevo.
Cambiar prioridades. Pasar de la promesa al presupuesto, de la buena intención al cronograma, del diagnóstico a la obra. Hay hambre que se resuelve con organización y hay dignidad que depende de instituciones que funcionen. El mismo texto lo subraya cuando habla de sistemas capaces de garantizar acceso regular a lo básico y de responder en emergencias.
No se trata de romantizar la pobreza ni de culpar en abstracto, se trata de hacernos cargo del pedazo de historia que nos toca, con la certeza de que la caridad, cuando es seria, mueve estructuras y pide de nosotros coraje cívico, diálogo político y decisiones que incomodan. Lo dijo con todas las letras: la caridad es potencia histórica y necesitamos dirigentes capaces de sanar raíces, no maquillajes de coyuntura.
Si me quedo con una sola imagen para cerrar, pienso en el amor como acto que no pone límites, que atraviesa abismos, que se juega en gestos pequeños y tercos. En un tiempo que nos invita a la indiferencia, elegir amar con inteligencia y con las manos adentro del barro es elegir dignidad para todos, empezando por los últimos. Ese es el modo de que, cuando alguien nos mire y le tiemble el mundo, pueda escuchar sin intermediarios esa frase que sostiene: yo te he amado.
EXHORTACIÓN APOSTÓLICA DILEXI TE DEL SANTO PADRE LEÓN XIV SOBRE EL AMOR HACIA LOS POBRES.