
El equilibrio de poder en el Indo-Pacífico está cambiando rápidamente. Frente al avance político y militar de China, países como Japón y Filipinas han decidido reforzar su acercamiento con Taiwán, una isla democrática que se ha convertido en el epicentro de las tensiones regionales. Lo que antes era una relación de bajo perfil se está transformando en una alianza estratégica que busca preservar la libertad de navegación y el orden internacional basado en reglas.
Para Tokio y Manila, el compromiso con Taiwán es una cuestión de seguridad compartida. El primer ministro japonés, Fumio Kishida, y el presidente filipino, Ferdinand Marcos Jr., han coincidido en que una eventual invasión china pondría en riesgo las rutas comerciales más importantes del planeta y desestabilizaría toda la región. Ambos gobiernos han elevado el tono diplomático y han intensificado los ejercicios conjuntos con Estados Unidos para enviar una señal clara: el Pacífico no pertenece a una sola potencia.
Japón, que ha abandonado su tradicional política de contención militar, ha duplicado su presupuesto de defensa y firmado acuerdos que le permiten desplegar tropas en Filipinas por primera vez desde la Segunda Guerra Mundial. Por su parte, el gobierno filipino ha autorizado la instalación de nuevas bases militares conjuntas con Estados Unidos, muchas de ellas ubicadas a pocos kilómetros del estrecho de Luzón, el corredor marítimo que separa a Filipinas de Taiwán. Estas acciones, lejos de ser provocaciones, buscan garantizar la disuasión y evitar un conflicto mayor.
La cooperación no se limita al ámbito militar. En los últimos años, Japón y Filipinas han impulsado proyectos de infraestructura, intercambio tecnológico y ayuda humanitaria con Taiwán. Estas iniciativas fortalecen lazos civiles y demuestran que la defensa de la isla no solo es una cuestión estratégica, sino también de valores: la protección de la democracia y la autodeterminación frente al autoritarismo.
El respaldo a Taiwán refleja un cambio profundo en la arquitectura política de Asia. Por primera vez, varias democracias regionales actúan coordinadamente para contener el expansionismo de Beijing y defender el equilibrio marítimo. Este eje, formado por Japón, Filipinas y Taiwán -con el apoyo de Estados Unidos y Australia-, representa una nueva forma de cooperación multilateral que prioriza la estabilidad sobre la complacencia.
Aunque China insiste en su doctrina de “una sola nación”, el fortalecimiento de los vínculos entre estas islas muestra que el poder ya no depende solo de la fuerza militar, sino de la capacidad de generar alianzas sólidas. La apuesta de Japón y Filipinas no busca la confrontación, sino evitarla, enviando un mensaje inequívoco: en el Pacífico del siglo XXI, la libertad y la cooperación seguirán siendo el verdadero punto de equilibrio.