En 1968, Guinea Ecuatorial proclamó su independencia de España tras un proceso político acelerado y profundamente conflictivo. Aquella separación, más simbólica que soberana, dejó un país fracturado, con estructuras impuestas y una identidad nacional aún en disputa.
Cuando el dominio español llegó a su fin, los territorios que conforman el país -las islas de Bioko y Annobón, junto al territorio continental de Río Muni- no compartían una historia común ni una organización administrativa unificada. La unión fue una decisión diplomática, no el resultado de un consenso entre sus pueblos.
El pueblo bubi, originario de Bioko, expresó su rechazo a integrarse en un Estado dominado por grupos continentales, mientras en Annobón la población quedó fuera del debate político. La independencia, proclamada por un funcionario español de segundo rango, simbolizó un traspaso formal sin verdadera autonomía.
El nuevo país heredó instituciones ajenas a su realidad y fronteras delineadas sin participación local. La falta de cohesión social derivó en tensiones étnicas y regionales, así como en una dependencia económica y política del antiguo poder colonial. El sistema resultante concentró la autoridad en una minoría y marginó a amplios sectores de la sociedad. Desde entonces, la legitimidad del Estado ha estado marcada por la exclusión, el autoritarismo y la debilidad institucional.
Las décadas posteriores estuvieron atravesadas por golpes de Estado, persecución política y una desigual distribución de los recursos. A pesar de su riqueza petrolera, la mayoría de la población vive en condiciones precarias y con acceso limitado a servicios básicos.

Las comunidades más aisladas, especialmente las isleñas, denuncian discriminación y falta de infraestructura. Diversas organizaciones internacionales han documentado abusos de poder, censura y violaciones de derechos humanos. El discurso oficial insiste en la estabilidad y el progreso, pero las tensiones que acompañaron el nacimiento del país siguen presentes en su vida política y social.
Más de medio siglo después, Guinea Ecuatorial continúa buscando un equilibrio entre sus regiones, su diversidad cultural y su aspiración a la democracia. La independencia de 1968, lejos de cerrar una etapa, abrió un proceso que aún no encuentra resolución. La construcción de un Estado verdaderamente representativo y cohesionado sigue siendo el desafío pendiente de una nación nacida sin acuerdo, y marcada desde el origen por las heridas de su pasado colonial.