
En Oslo, el rey Harald V presidió la ceremonia de apertura del 170º Storting, el Parlamento noruego, en un acto cargado de historia y protocolo que marcó el inicio del nuevo año legislativo. La sesión, celebrada el 11 de octubre, incluyó la lectura del tradicional trontale, un discurso elaborado por el gobierno que expone las prioridades políticas del país para el próximo período.
Ante la presencia de diputados, magistrados y autoridades del Estado, el monarca ingresó al hemiciclo para ocupar su lugar en el célebre tronstolen -el trono dorado del Parlamento-, una pieza que simboliza más de un siglo y medio de continuidad institucional. Este asiento, de casi dos metros de altura, fue tallado en 1847 por el artesano Wilhelm Heinrich Hoffmann en Estocolmo durante la unión entre Noruega y Suecia. Encargado por el rey Oscar I, fue concebido para reflejar la grandeza de la monarquía escandinava a través de su estilo neoclásico, coronas talladas y detalles dorados.
Aunque originalmente estaba destinado al Palacio Real de Oslo, el trono nunca se utilizó allí: en 1866 fue trasladado al nuevo edificio del Storting, convirtiéndose en el centro visual de la sala principal. Desde entonces, su presencia representa la unión entre el poder legislativo y la figura simbólica del soberano, cuyo papel, desde la independencia de 1905, está claramente delimitado por la Constitución.
La ceremonia de apertura del Parlamento es uno de los pocos actos en los que el monarca noruego ejerce una función oficial de Estado. Más allá de su valor protocolar, refuerza el equilibrio que define al sistema político de Noruega: una monarquía parlamentaria en la que el rey reina, pero no gobierna, preservando la continuidad de una de las democracias más estables del mundo.