El acceso al agua se ha convertido en una lucha diaria para millones de cubanos. Más de tres millones de personas sufren una crisis que combina sequía prolongada, fallas eléctricas y un sistema hidráulico colapsado. En La Habana, las fugas hacen que hasta el 70% del agua bombeada se pierda antes de llegar a los hogares, mientras en provincias como Santiago de Cuba hay comunidades que esperan más de un mes entre un ciclo y otro de distribución. El gobierno ha reconocido una “situación muy compleja”, pero las soluciones siguen sin materializarse.
El deterioro estructural es visible en todo el país. La red de acueductos, envejecida y con miles de roturas, depende de equipos eléctricos que fallan con los apagones generalizados, dejando a familias enteras sin una gota para cocinar, bañarse o limpiar. En barrios del oriente, vecinos relatan que han pasado cinco meses sin agua directa, recurriendo a pozos improvisados o a la compra de pipas privadas, cuyo costo puede alcanzar 25.000 pesos cubanos, una cifra prohibitiva en medio de la inflación.
La actual emergencia es el resultado de un modelo de mantenimiento postergado durante décadas. Los embalses nacionales almacenan 1.790 millones de metros cúbicos menos de agua que la media histórica, mientras la presa Zaza apenas conserva un 12% de su capacidad. La falta de inversión en infraestructura hidráulica y drenaje ha convertido cada temporada seca en una amenaza para la salud pública. A esto se suma una deficiente coordinación con el sistema eléctrico, lo que interrumpe el bombeo durante los apagones y agrava el ciclo de escasez.
La respuesta gubernamental ha sido insuficiente. Aunque el Estado anunció más de 300 obras hidráulicas y una inversión cercana a 5.000 millones de pesos, los resultados no se perciben en los hogares. La distribución por pipas y las reparaciones parciales no resuelven el problema de fondo: un sistema con fugas masivas y tecnología obsoleta. En la práctica, el país depende de medidas paliativas mientras la población pierde confianza en las promesas oficiales y denuncia una falta de comunicación y planificación ante la crisis.
#Cuba 🇨🇺
— Mayra Dominguez (@MayraDo57466678) September 30, 2025
🛑TRES MESES SIN AGUA‼️
En el poblado de San Antonio de Cabezas, municipio de Unión de Reyes, dentro de la provincia de Matanzas, los vecinos llevan meses sin agua, una situación que se ha vuelto insostenible.
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Las familias deben caminar largas distancias o pagar… pic.twitter.com/FN8nOY4b2y
El agua se ha convertido en un eje de desigualdad. Mientras algunos barrios reciben suministro cada pocos días, otros permanecen semanas enteras sin acceso, lo que altera rutinas laborales, educativas y sanitarias. Los riesgos epidemiológicos aumentan por el almacenamiento inseguro y la baja cloración del agua, en un contexto donde resurgen enfermedades vinculadas a la mala higiene. En varias ciudades, los cortes prolongados han detonado protestas espontáneas que reflejan el cansancio social frente a un Estado incapaz de garantizar un recurso esencial.
A corto plazo, la situación no muestra señales de mejora. Los pronósticos climáticos indican que las lluvias de fin de año no compensarán los déficits, y los especialistas estiman una probabilidad del 70% al 80% de que los racionamientos continúuen. Sin una reforma estructural y nuevas fuentes de energía para el bombeo, más de 3,5 millones de personas podrían quedar afectadas en los próximos meses. La paradoja cubana es clara: una isla rodeada de agua donde los grifos permanecen secos.