
La franja montañosa que separa Afganistán de Pakistán volvió a encenderse. En los últimos días, una serie de ataques aéreos y enfrentamientos terrestres entre ambos países dejó decenas de muertos, entre ellos varios civiles, y elevó el temor a una escalada militar en una de las zonas más volátiles del continente asiático.
Según autoridades afganas, más de una docena de civiles fallecieron tras bombardeos paquistaníes sobre la provincia de Kandahar, mientras que Islamabad sostiene que respondió a ataques provenientes del lado afgano contra sus puestos fronterizos. Ambos gobiernos ofrecen versiones contradictorias, pero las consecuencias para la población son innegables: aldeas destruidas, desplazamientos masivos y cierre total de los pasos comerciales entre ambos países.
La disputa tiene raíces históricas profundas. La llamada Línea Durand, trazada por el Imperio Británico en 1893, divide artificialmente a comunidades pastunes que durante siglos compartieron territorio y vínculos familiares. Desde entonces, Afganistán nunca ha reconocido esa frontera como definitiva, y cada intento de reforzarla genera nuevos choques.
Durante las últimas dos décadas, la frontera se transformó además en un punto neurálgico para el movimiento de grupos armados. Pakistán acusa a Kabul de permitir la presencia del Tehrik-i-Taliban Pakistan (TTP), una organización insurgente responsable de numerosos atentados dentro de su territorio. Los talibanes, por su parte, niegan ese vínculo y acusan a Islamabad de utilizar la lucha antiterrorista como excusa para violar su soberanía.
En los últimos días, Pakistán lanzó varios ataques aéreos sobre supuestos campamentos del TTP en territorio afgano, y el gobierno talibán respondió con fuego de artillería contra posiciones militares paquistaníes. Kabul asegura haber destruido puestos fronterizos y causado bajas en el ejército rival, mientras Islamabad insiste en que su ofensiva fue “limitada y defensiva”.
La tensión también tiene un costado humanitario: decenas de familias huyeron de las provincias de Kandahar y Khost hacia el interior del país, ante el temor de nuevos bombardeos. Los hospitales locales reportan heridos por metralla y colapso en los servicios médicos, mientras que los mercados fronterizos permanecen cerrados desde el fin de semana.
El recrudecimiento del conflicto preocupa a las potencias vecinas. China, que desarrolla proyectos de infraestructura en el corredor económico chino-paquistaní, teme que la inestabilidad afecte sus inversiones. Irán y Rusia siguen de cerca la situación, en tanto que las monarquías del Golfo han pedido “moderación y diálogo” a ambas partes.
La comunidad internacional advierte que una guerra abierta entre Afganistán y Pakistán podría tener consecuencias graves para toda la región, en un momento en que ambos países enfrentan crisis internas: Islamabad sufre una recesión económica e inestabilidad política, mientras que el régimen talibán continúa aislado y sin reconocimiento diplomático pleno.
Pakistán anunció un alto el fuego temporal de 48 horas, aunque hasta el momento no hay confirmación de que las fuerzas afganas lo hayan aceptado. Analistas regionales consideran que la desconfianza mutua y la falta de canales de comunicación oficiales dificultan cualquier avance hacia la distensión.
Más de un siglo después de la creación de la Línea Durand, la frontera sigue siendo un símbolo de fractura: una línea que separa Estados, pero no identidades, y donde los civiles continúan pagando el precio de un conflicto que nunca se cerró.