16/10/2025 - Edición Nº982

Internacionales

Disidencia rusa

Rusia actúa contra una red de traidores que amenaza su estabilidad

16/10/2025 | Moscú inició una causa penal contra 23 opositores exiliados, entre ellos Mikhail Khodorkovsky.



El Kremlin ha reactivado su ofensiva contra la disidencia rusa en el exilio, presentando cargos de terrorismo contra 23 opositores que residen principalmente en Europa. La medida, anunciada por el Servicio Federal de Seguridad (FSB), se produce tras el apoyo del Consejo de Europa a la creación de una plataforma de diálogo con figuras opositoras, lo que Moscú considera una provocación directa. Entre los acusados figura el exmagnate petrolero Mikhail Khodorkovsky, uno de los críticos más visibles del presidente Vladimir Putin.

La acción judicial llega en un contexto de vigilancia creciente sobre los exiliados rusos, quienes desde 2022 han buscado mantener viva la oposición tras el endurecimiento represivo posterior a la invasión de Ucrania. Aunque muchos de ellos se encuentran dispersos entre Londres, Berlín y Vilna, el FSB los acusa de coordinar una red que busca “desestabilizar el orden constitucional”. Esta narrativa refuerza la línea oficial del Kremlin: que la amenaza no solo proviene del extranjero, sino también de sus antiguos ciudadanos.

División y vulnerabilidad del exilio

La oposición rusa en el exilio se mantiene fragmentada y con visiones encontradas sobre la estrategia a seguir. Khodorkovsky intenta articular una agenda política que incluya a todos los sectores, mientras la Fundación Anticorrupción (FBK), creada por el fallecido Alexéi Navalny, se muestra cautelosa ante cualquier alianza formal. Desde Bruselas, el Parlamento del Consejo de Europa busca reunir a ambas corrientes bajo una plataforma de diálogo, pero la desconfianza interna y el temor a represalias obstaculizan los avances.

El Kremlin aprovecha esa fragmentación como herramienta propagandística. Al presentar a los exiliados como un grupo desorganizado y carente de legitimidad popular, refuerza la idea de que no existe una alternativa real al poder de Putin. Sin embargo, fuentes diplomáticas europeas sostienen que, a largo plazo, esa percepción podría invertirse si el exilio logra consolidar una narrativa democrática coherente y apoyada por instancias internacionales.

Control narrativo y consecuencias políticas

Las acusaciones de terrorismo cumplen también una función disuasoria: enviar una señal de advertencia a quienes, desde fuera, intenten construir una oposición estructurada. Según analistas de seguridad europeos, el caso contra Khodorkovsky es un intento de bloquear cualquier legitimación política internacional de los exiliados, sobre todo tras la decisión del Consejo de Europa de abrir canales de cooperación con ellos. Esta tensión refleja el temor del Kremlin a una posible transición impulsada desde el exterior.

En el interior de Rusia, el impacto inmediato es limitado: los medios estatales mantienen el relato de que los acusados son “agentes extranjeros” y enemigos de la patria, una estrategia que fortalece el discurso nacionalista. Sin embargo, la insistencia en perseguir a quienes ya no están en el país revela una preocupación subyacente por la pérdida de control del relato internacional sobre el futuro de Rusia.

La oposición en el espejo del futuro


Presidente de Rusia. 

A pesar de las diferencias internas, los exiliados rusos representan una reserva simbólica de resistencia frente a la autocracia de Putin. Su supervivencia política depende de articular una agenda común que trascienda las fracturas personales y reconstruya el vínculo con una ciudadanía exhausta por la guerra y la censura. En ese sentido, el apoyo de organismos europeos podría ser determinante, pero también riesgoso, al ser interpretado por Moscú como una intromisión directa.

La ofensiva judicial del Kremlin, por tanto, no busca solo castigar, sino mantener viva la sombra del miedo. Mientras el exilio intenta organizarse desde la distancia, el poder en Moscú deja claro que, aunque los opositores estén lejos, no serán olvidados. Esa combinación de persecución y memoria vigilada podría definir el tono de la política rusa en los años por venir.

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